Soy una de esas mujeres a las que la maternidad le ha cambiado la vida en todos los sentidos. Mi bebé, tan preciosa, tan chiquitita, tan demandante de brazos y teta, tan impaciente siempre en sus necesidades, tan deseosa de piel, tan pequeñita pero al mismo tiempo de una grandeza sin límites, me vino a enseñar todo lo relativo no sólo a su mundo sino también al mío.

 

Sin haber estado previamente en contacto con bebés, la llegada de mi propio bebé me obligó  a aprender cómo ocuparme de ella  a marchas forzadas. Y ocuparme de mi pequeña no sólo significaba que estuviese alimentada, abrigada y limpia, sino que iba más allá, mucho más allá.

Lo hice de forma instintiva, no por ello exenta de dudas. Habiéndome sumergido de lleno en mi puerperio, sin apenas tampoco saber lo que eso significaba, me dejé llevar y me di cuenta de que saber interpretar las necesidades de mi bebé era mucho más fácil de lo que imaginaba.

Sólo tenía que pararme y escuchar a mi pequeña, sin prestarle atención a los miles de consejos no pedidos.
Entonces todo fluía de una manera casi mística.

 

No digo con esto que todo fuese fácil y sencillo. Esos primeros meses luchando por conseguir nuestra deseada lactancia, las dudas, el llanto “sin motivo” aparente y las “malas” noches, fueros sin duda otro de los muchos aprendizajes que me esperaban.

 

Sentía (y así lo sigo sintiendo) a mi niña más sabia que a cualquiera de todos esos adultos que decían que no se enteraba de nada, por ser tan pequeña.

Mi bebé sabía perfectamente qué necesitaba y cuando lo necesitaba, yo sólo tenía que mirarla de verdad para darme cuenta.

No todos los adultos, por no decir que muy pocos, sabemos reconocer nuestras verdaderas necesidades.

La niña que fui

Otra cosa que mi hija me ha venido a enseñar, cosa que ya intuía pero que nunca había tocado tan de cerca, es mi relación con mi niñez y por tanto con toda mi vida adulta.

No es siempre fácil asomarse a esa puerta que se abre hacia tu interior, y que lo hace al mismo tiempo que tu hija se abre paso a la vida.

Pero personalmente creo que es necesario mirar cara a cara a nuestra niña interior, asustada y temerosa. Es una manera de sanar heridas y ser consciente, para no repetir con mi hija las conductas que me dañaron siendo yo niña.

 

Mi hija me ha enseñado…

  • … que siempre se puede querer más aún
  • … que los bebés reales nada tienen que ver con los que salen en televisión
  • … que los niños son los más sabios y de quienes deberíamos tomar ejemplo en muchos aspectos
  • … que obligar y tratar de enseñar a través del miedo, nunca lleva a integrar el aprendizaje deseado, sino sólo a la desconfianza, la resignación y al resentimiento
  • … que observar y escuchar es la mejor manera de aprender
  • … que cada vivencia con nuestros hijos sólo la vivimos una vez y hay que aprovechar cada momento en la vida
  • … a valorar tanto mi intuición como a la niña que llevo dentro
  • … que debemos plantearnos nuestras creencias preconcebidas y ponerlas en duda
  • … que las cosas se pueden hacer de muchas maneras distintas, y ninguna tiene por qué ser mejor o peor
  • … que una infancia respetada y feliz deviene en adultos respetuosos y felices.

¿Y tú? ¿Qué has aprendido con tu maternidad?

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Madre, Asesora de Lactancia, Crianza, Porteo y pañales de tela, Asesora Continuum, Monitora de la pedagogía blanca, y artesana. Ofrece productos y servicios relacionados con la crianza a través de su web, Soñando Duendes, un espacio para acompañar a otras familias en su maternidad y su crianza. Y ofrece información a las familias en su blog Minerva y su mundo. Nos dice que cada momento de nuestro embarazo, parto, lactancia y crianza sólo se vive una vez, así que lo mejor que podemos hacer es disfrutar de esos momentos con nuestros hijos.

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