Cuando era pequeña mi abuela me llevó a una reunión religiosa, no recuerdo de que confesión. Sé que había un predicador que decía algo sobre que había un Dios que todos recordaríamos hasta los confines de la humanidad.
Que la gran mayoría de las personas pasariamos sin pena ni gloria por el mundo y que sólo ese Dios sería recordado. Entonces empezó a hablar de los Beatles, un grupo de moda en esa época, diciendo que dentro de unos años nadie sabría ni el nombre del cantante.
Y para demostrar que estaba en lo cierto, de entre toda la gente que había allí se dirigió a mí (una niña de unos ocho años), y me preguntó:
– ¿Sabes tú cómo se llama el cantante de los Beatles?
Tenía todas las papeletas para no saber el nombre, sólo era una niña. ¿Por qué no le preguntó a algún adulto?. Lo que no sabía ese tipo tan listo es que crecí escuchando «Imagine», «Yellow Submarine» y «Let it Be»… aún así ¿adivinan mi respuesta?….
-«..no lo sé…»
Con el corazón a mil por hora, luchando conmigo misma por mentir, pero, ¿cómo iba a desmontarle el chiringuito al tipo ese que estaba subido en un pedestal? Para mí representaba la autoridad, ¿cómo iba a llevarle la contraría?. Me sentí con la responsabilidad de respaldarle.
Pero,¿ y qué pasaba con esa niña de ocho años que mintió por no hacer sentir mal a un adulto?.
En estos días está volviendo a circular un post que escribí el año pasado: Mamá no quiero ir al cole, ¡¡¡pero nunca más!!!, en el que invito a reflexionar sobre qué sienten los niños en los períodos de adaptación y sobre cómo mis hijos no se adaptaron y nos lo hicieron saber.
Estoy recibiendo muchos comentarios en los que se identifican con nuestra situación y cómo siguen recibiendo mensajes de la sociedad afirmando que los niños son unos mimosos y que nos manipulan.
Y no, no manipulan, es que saben pedir lo que necesitan insistentemente. Lloran cuando son pequeños porque no tienen las herramientas necesarias para expresarse, su cerebro aún está desarrollándose, somos los adultos los que los manipulamos para que se adapten a nuestro mundo.
Ellos son los más débiles, ellos necesitan que los escuchemos, que les pongamos voz, que los defendamos, que los protejamos, que sientan la seguridad de que si tienen un problema van a venir a contárnoslo porque desde siempre se les ha tenido en cuenta.
¿Por qué tienen que ser los niños los responsables de los estados emocionales de los adultos?.
No quiero que mis hijos sean buenos, ni dóciles, quiero que sean ellos mismos, y que sean felices.
Y al pastor que le preguntó a aquella niña más preocupada de no llevar la contraria y de ser buena le digo:
Alba Nadales
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