Me dedicaba exclusivamente a mi bebé.

Me dedicaba exclusivamente a mi bebé.

¿Qué dirías si alguien te dice que tu vida no debería girar en torno a tu bebé?. Mi respuesta sería, que está loco, que soy madre y lo más importante para mi es mi bebé,en realidad es así para todas las madres.

Desde que cargué a mi bebé por primera vez, TODO giraba entorno a ella, mis acciones del día, mis actividades que eran en su mayoría en casa, mis conversaciones, las fotos de mi cámara, los libros que leía. En ocasiones, mis días y mis noches eran dedicadas de forma exclusiva a mi bebé.

Esos días eran bastante solitarios, sobretodo los primeros meses. Papá llegaba tarde, a los amigos ya casi ni los veía, los abuelos trabajan mucho, tenía una red de apoyo muy débil, mi mundo, mi vida giraba entorno a mi pequeña.

Es inevitable, sobretodo cuando somos madres por primera vez, es una etapa muy corta, en la cual comenzamos a conocernos, a mirarnos, a tocarnos, vamos aprendiendo uno del otro.

Ahora quisiera darle otro contexto a esa frase «Tu vida no debería girar en torno a tu bebé», no desde un ataque, tampoco como una imposición, sino como una nueva forma de atender las necesidades de nuestros bebés, pero a la vez seguir con nuestras rutinas, dedicarnos a todo lo que nos rodea, además de nuestra maternidad.

Si sólo nos dedicamos al cuidado de nuestro bebé, llegaremos a un límite, sobretodo si esa maternidad es en soledad.

«Los bebés necesitan estar en medio de la vida de una persona activa, manteniendo un constante contacto físico y siendo estimulado por una gran parte de aquellas experiencias de las que el bebé participará en el futuro.

El papel de un bebé en brazos es pasivo, observa con todos sus sentidos. De vez en cuando disfruta de una atención directa, de besos, de que le hagan cosquillas, lo lancen al aire… Pero su principal tarea es contemplar las acciones, las interacciones y el entorno del adulto que lo cuida»

 

Extracto del libro «El Concepto del continuum»

Vamos a aclararlo un poco, no es descuidar a nuestros bebés, ni dejar de lado sus necesidades, sino que todo lo contrario, pero ahora con mayor acción y aventuras, de las cuales ambos nos beneficiamos, un pequeño y simple ejemplo:

Mamá y bebé en fular, caminando por el parque en un día primaveral, camino a un círculo de maternidad, llegan al lugar y se encuentran con otras madres y otros bebés, el bebé duerme en el pecho de la mamá, se queja y ella le da el pecho, despierta y comienza a observar su entorno, mientras ella conversa animadamente con las otras madres, compartiendo experiencias y consejos.

Se benefician ambos:

El bebé en brazos, con su necesidad de contacto cubierta, necesidad de alimentación cubierta, necesidad de estímulo natural cubierta.

Por otro lado la mamá con su bebé en brazos, seguridad y confianza cubierta, disfrutando de la maternidad y compartiendo con sus pares, sólo por nombrar algunos beneficios.

Al comienzo como les contaba, mi día y noche eran dedicadas de forma exclusiva a mi bebé, pero me fui dando cuenta, que necesitaba estar en compañía, hacer otras cosas, conversar, disfrutar de mi maternidad, en otros planos.

Y el porteo fue una herramienta muy importante, desde salir a comprar nuestra comida, hasta comenzar mi propio emprendimiento, con mi hija en brazos en su fular, cubriendo sus necesidades y las mías.

 

dedicación exclusiva al bebé

 

Somos capaces de hacer muchas cosas y con un bebé muchas más, se abren nuevos espacios, nuevas oportunidades y nuevas aventuras. Hay muchas actividades que puedes hacer en casa o fuera de ella y con tu bebé cerca de ti, como danza con portabebés, yoga mamá y bebé, círculos de crianza, grupos de apoyo de lactancia materna,  formarte como Asesora Continuum, no hay límites.

 

Comunicar con Empatía. Comprender y ser comprendido

Comunicar con Empatía. Comprender y ser comprendido

El que tenga un smartphone entre los presentes, revise el correo hasta en la ducha, esté a diario pendiente de las notificaciones de facebook, le falte el aire cuando se le quede pillado el whatsApp, o crea que quedarse sin batería es lo más parecido al apocalipsis zombie, por favor que levante la mano. Veo que somos unos cuántos por aquí, ¿verdad? ¿Sabemos comunicar con empatía?

 

Vivimos en una sociedad hiperconectada. La sociedad de la información, la mensajería instantánea, el contacto permanente. La angustia por estar continuamente conectado (o creer que lo estamos).

Esa aparente cercanía, ese nuevo modelo de comunicación, ha cambiado la manera en la que nos relacionamos con los demás, vivimos y trabajamos. Pero pese a disponer de herramientas comunicativas poderosas, increíbles y al alcance de todos, ¿nos comunicamos de un modo más eficaz? En mi opinión la respuesta es que no. Seguimos haciéndolo igual de mal que en el pleistoceno. Seguramente porque seguimos siendo igual de egoístas.

¿Por qué? Porque continuamos sin ser conscientes de que:

Nos gusta demasiado hablar, creemos que estar comunicado implica tener siempre algo que decir. ¿Y dónde queda escuchar? Escuchar al otro, no simplemente el eco de nuestras propias palabras.

 

 

Todo esto pueden parecer obviedades pero os invito a que hagáis un pequeño ejercicio de observación y constataréis que, cuando conversamos estamos más preocupados en resolver nuestros propias necesidades que en conocer las verdaderas dificultades del otro.

 

Ya sea con nuestra pareja, nuestros hijos o alguien a quien acabamos de conocer, no sólo no nos ponemos en el lugar de quien tenemos delante sino que le interrumpimos, le juzgamos, o insistimos en dar una opinión que no nos han pedido.
En definitiva, no practicamos la empatía.

 

Paradójicamente, en el ámbito maternal esto ocurre constantemente. Embarazadas y madres suelen ser el objetivo ideal para juicios y opiniones de lo más variopintas, así que, creedme si os digo que tomar conciencia de qué es realmente la empatía y de cómo una comunicación asertiva, empática y no violenta nos ayuda a resolver muchas situaciones, a responder de la manera adecuada ante la emoción del otro, y a hacer mejor nuestro trabajo es una de las grandes lecciones que me he llevado de mi formación como Asesora Continuum.

Entender que cada uno ve la vida a través de sus propios cristales, que todos llevamos una mochila y que nuestras experiencias, miedos o pensamientos han modelado la manera en la que vemos el mundo, nuestro mundo.

 

]La empatía te pone delante otros puntos de vista, te da la oportunidad de aceptar al otro.
Comprender y ser comprendido.

Como padres, nos preocupamos por dar a nuestros hijos herramientas y espacios para que desarrollen satisfactoriamente sus emociones, sus habilidades y capacidades. Pero, ¿cómo vamos a enseñar empatía a nuestros hijos si nosotros mismos no lo somos ni con ellos ni con los demás?

Por ello, es un error suponer que la empatía es una habilidad reservada a determinadas personas o campos profesionales, porque todos a diario tenemos oportunidades para desarrollar, ejercitar y fomentar la empatía. Eso sí, requiere trabajo profundo e interés.

Así que, recuerda ponerte en la piel de tu bebé cuando te demanda comer a voz en grito, no restes importancia a la angustia de tu hija ante la visita al dentista o evita tratar de dar lecciones a tu hermano cuando te llama angustiado.

 

 

Y por último, por si aún te quedan dudas, o crees que no tienes herramientas para comunicarte empáticamente con quien te rodea, te invito a ver este vídeo que seguro te será de utilidad.

 

Mamá ¿soy invisible? – Lo que siente el hermano mayor

Mamá ¿soy invisible? – Lo que siente el hermano mayor

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«Eres el hermano mayor»

«Tienes que cuidar de tu hermano/a»

«Tienes que dar ejemplo a los pequeños»

«¿Qué le has hecho que está llorando?»

«Tienes que ceder tú que él/ella es pequeño/a»

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¿Os suena alguna de estas frases o parecidas?

hermano mayorSoy la hermana mayor de una familia numerosa. Y soy la mayor de toda una legión de primos, por ambas partes. Me pasé toda mi infancia oyendo frases como esa.
A los hermanos mayores nos otorgan un papel en la dinámica familiar que condicionará toda nuestra vida. Muchos rasgos de carácter vienen influenciados por el lugar que se ocupa dentro del orden de nacimientos en la familia. Mucho se ha escrito sobre ello desde la aparición de la Birth order theory (Teoría del orden de nacimiento).
Según Frank J. Sulloway, del Instituto de Investigación Social y de la Personalidad de la Universidad de Berkeley (California, EE UU):

 «El entorno explica al menos el 50% de las variaciones en la personalidad, como sabemos gracias a los estudios en genética del comportamiento, así que también influye bastante en el desarrollo de las diferencias. El orden de nacimiento conforma la personalidad y el comportamiento mediante mecanismos biológicos, psicológicos, sociales y antropológicos»

Tiene todo el sentido por varios factores:

  • Los primogénitos llegan a un hogar sin experiencia previa en el rol de padres
  • Son los recipientes de todas las expectativas irreales sobre la m/paternidad
  • Pagan el precio de ser cuidados por adultos que desconocen cómo son  y qué necesitan de verdad los bebés y niños
  • Generalmente con ellos los padres aprendemos «sobre la marcha», y muchas veces entre lágrimas, la diferencia entre lo que debe ser y lo que es.
  • El tiempo que se les dedica no se comparte con hermanos, disfrutan de más tiempo en exclusiva con su madre (y/o padre) del que tendrán sus hermanos.
  • Cuando llegan hermanos se les asigna, en mayor o menor medida, el rol de cuidador, modelo, ejemplo …
  • Crecen «de golpe» a nuestros ojos sencillamente porque llega un bebé, comparado con el cual, el primogénito parece ahora muy mayor.
  • Pasan de ser criados en solitario a sentir «la comparación» constante. Lo que antes funcionaba ahora no es válido: «Ahora eres el mayor, ya no te puedo llevar en brazos»
  • Reciben del entorno mensajes contradictorios sobre el bebé que llega. A veces para evitar «celos» oyen cosas como : «Mira el bebé qué tonto es que no sabe hablar y se hace pis encima, pero tú no, tú ya eres mayor»

Estos y otros factores personales, familiares, culturales  y sociales influyen para que nuestros hijos mayores, a veces, en vez de disfrutar de la llegada de los futuros compañeros de vida, juegos y aprendizaje, se sientan desconcertados, solos, perdidos, frustrados, enojados y empujados hacia adelante a un camino para el cual no estaban preparados.

«Todas las familias felices se parecen, sólo las infelices lo son cada una a su modo»
Tolstoi -«Anna Karénina»

Cómo hacer más llevadera la situación de ser «el hermano mayor»

 

Lo primero es reconocer que siguen siendo niños. Que como todo cambio introducido dese fuera, va a requerir un tiempo de ajuste.
No es fácil adaptarse a cambios tan bruscos, y este posiblemente sea uno de los que más les afecte en su corta vida. Ponernos en su lugar  y reconocerles el derecho a enfadarse por ello es lo primero. Pretender que siempre van a comportarse según la imagen idílica de amor fraternal suele ser una utopía.

hermanosPor supuesto que aman a sus hermanos, pero en ocasiones el resto de emociones negativas asociadas a esa llegada podrá más que el cariño. Sobre todo porque el cariño cree con el roce, y sobre todo en los niños, no es algo intelectual. No van a querer al bebé porque sí, porque «es tu hermano/a». Le querrán a medida que se vinculen con él. Cuando lo sientan así, no cuando les impongamos que ha de ser así.
Si se ha compartido con ellos el embarazo, si han visto ecografías, si les hemos ido explicando cómo crece, cómo se mueve… si para ellos tiene entidad, el vínculo ya comenzó a crearse. Pero va a requerir de tiempo y contacto para que crezca y se desarrolle.

Mientras tanto, lo que van a percibir es el enamoramiento colectivo de todo su entorno hacia otro ser que no son ellos. No hará falta hablar, dará igual que la abuela luego les diga que él es más guapo, ellos se dan cuenta de que ahora hay una especie de agujero negro de luz que atrae las miradas, las sonrisas y el amor. Requiere tiempo aprender que el amor que se da a otro no es a costa del que nos dan a nosotros. Esa lección de vida aún hoy muchos adultos no la tienen clara, no exijamos a nuestros hijos la madurez que a veces nos falta a nosotros.

En una ocasión un hijo mayor estaba de compras con su madre y su hermana pequeña. Al cabo de un rato de cruzarse con extraños que sonreían y saludaban a la pequeña, que le alababan lo preciosa y simpática que era , el niño le dijo a su madre:

-«Mamá, ¿soy invisible?»

Así se sienten nuestros hijos mayores muchas veces: invisibles.

hermana mayorDe ahí que el rol que suelen asumir, impulsado por la propia familia y sociedad, sea el de «cuidador»: Si todo el mundo mira al pequeño y yo cuido al pequeño me mirarán también a mí.
Por supuesto es mucho más complejo que todo esto, pero este escrito va para todos los padres, para quienes criamos hijos mayores y medianos y pequeños. Para que seamos conscientes de que no podemos ni debemos criar a todos nuestro hijos de la misma forma, es imposible y sería injusto. Pero sí debemos hacer lo posible por empatizar con las emociones que sienten, todas ellas, respetar su derecho a estar molestos sin catalogarlo de «celos» o «envidia».

 

Demonizando lo que sienten, que no es sino necesidad de reafirmarles que les queremos aunque ya no sean los bebés adorables de hace años, aunque ahora sean esos niños permanentemente  malhumorados, que parecen no estar nunca satisfechos con nada, enfadados con nosotros y con el mundo… demonizando todo eso no les ayudamos a gestionarlo.

Hagámosles sentir que a pesar de todo eso que sienten y que a veces nos desborda y nos sobrepasa, les amamos. Y sabemos que ellos nos aman. Y aman a sus hermanos, y aún les amarán más.

 

Y ahora os hablo como hermana mayor y no como madre:

hermano mayorLanzar a un hijo por muy mayor que sea, el mensaje de  que ahora es él el cuidador del siguiente hijo les deja en cierto sentido huérfanos.  Lo que cree cuando le colocamos en esa situación  es que si puede cuidar de otro es porque puede cuidar de sí mismo sin nuestra ayuda, y no es así. Nuestros hijos tienen que sentir que aún son niños, que nosotros seguimos siendo sus cuidadores, que seguimos siendo incondicionales, con o sin hermanos.

Aumentar su responsabilidad dentro de la dinámica familiar y respetar su creciente autonomía es una cosa, imponerle un rol que no es el suyo es otra bien diferente.

 

Porque luego pasa lo que pasa… como podéis ver en este vídeo. Cuando además del rol por orden de nacimiento se da la circunstancia de la diferencia de género, podemos, sin querer, alimentar estos patrones tóxicos desde la infancia.

Dejemos a nuestros hijos ser eso: hijos. No son padres sustitutos chiquititos.

Criemos para que no asuman que son los directores de la vida de sus hermanos, sino compañeros de viaje en el más amplio sentido de la palabra.

hermano mayor

 

Criar contracorriente

Criar contracorriente

Después de hablarte de la necesidad del proceso de duelo para sanar las heridas tras un aborto , y de tratar de desmontar falsos mitos del porteo, esta vez me acerco hasta aquí con la intención de rendir un homenaje.

Hoy quiero centrar mi atención en los cientos de madres convencidas de que existe otra forma de criar. Seguras de que el contacto y el respeto

son la base para lograr una sociedad tolerante, empática y feliz.

A esas madres que, con el propósito firme de criar niños libres y con confianza en sí mismos, luchan cada día a pesar de los obstáculos. Esas que crían en contra de la corriente.

Porque no descubro nada cuando digo que son / somos muchas las que sorteamos a diario todo tipo de críticas por la manera en la que hemos decidido afrontar la crianza de nuestros hijos.

 

Nadar en contra

 

  •  Criamos en contra de una sociedad que dice defender la maternidad, pero que a la primera de cambio nos recuerda que somos lo que producimos, y que del tren de la maternidad hay que apearse cuanto antes, porque si te da por querer disfrutar del viaje, ni te molestes en bajarte que ya no habrá sitio para ti.
  • Criamos en contra de nuestras propias madres. Aquellas que, con la mejor de las intenciones, tratan de advertirnos de los «peligros» del exceso de mimos. Las mismas que nos previenen de que nuestra leche es de mala calidad, y que nos ahorraríamos un disgusto si nos olvidáramos de dar el pecho y comenzáramos cuanto antes con el biberón.
  • Criamos en contra de nuestro círculo de amigos, que abogan por una maternidad externalizada y no entiende que sigamos compartiendo habitación y cama con nuestro hijo, o que prefiramos postergar al máximo su incorporación al cole.
  • Criamos en contra de algunos profesionales que insisten en despojarnos del título de mamífera, y ya puestos del de adulta.
  • Criamos en contra de algunos feminismos mal entendidos. Aquellos para los que si elegimos (sí, elegir, optar, escoger) de un modo consciente e informado utilizar nuestro cuerpo para alimentar a nuestros hijos, nos abroncan e insinúan que hemos sido abducidas por el patriarcado, estamos siendo manipuladas y que no sabemos lo que significa el progreso.

Y así suma y sigue…

 

Criar_contra_corriente

 

El enemigo en casa

 

Nadar constantemente en contra desgasta, desgasta mucho. Pero lo más extenuante, lo que más consume nuestras fuerzas, mina nuestra moral y nos agota física y mentalmente, es criar en contra del peor enemigo posible: nosotras mismas.

 

Tropezamos frontalmente contra nosotras, porque cómo concebimos la crianza de nuestros hijos choca radicalmente con cómo vivimos la nuestra propia.

 

Muchas pertenecemos a la generación del «porque sí», «porque yo lo digo» , «aquí mando yo», los castigos y las collejas, y hacemos un esfuerzo hercúleo por alejarnos de eso, por cambiar ese chip con el que crecimos y que tenemos grabado a fuego en el fondo de nuestro cerebro.

Nos hallamos a diario contando hasta diez y repitiendo en voz baja “El adulto soy yo, el adulto soy yo” como un mantra para templar los nervios. Nos miramos al espejo con la certeza de que nosotras somos el verdadero espejo desde donde nuestros hijos aprenden. Tratamos de ayudarles a poner voz a sus emociones, a respetarlas y a estar alerta por si algo falla.

 

Hemos aprendido a desaprender, a sanar heridas del pasado para acompañar a nuestros hijos.

 

Y aún así, dudamos, sufrimos momentos de flaqueza y nos cuestionamos: ¿estaremos andando por el camino correcto? ¿nos estaremos equivocando?

Y de repente nos traiciona nuestro pasado y nos sorprendemos a nosotras mismas gritando y repitiendo todas esa frases manidas que oíamos en casa. Y entramos en pánico porque nuestro ayer está aún hoy demasiado presente, y tal vez sea momento de claudicar.

Pero rectificamos, pedimos perdón y volvemos a la casilla de salida. A intentarlo de nuevo, pegándonos de bruces contra lo que haga falta.
Así que, cuando te sientas exhausta, agotada, y la rutina o las críticas no te dejen ver con perspectiva, no te rindas, recuerda al salmón, cuya tenacidad e instinto le dan fuerzas para seguir en los momentos más duros.

Y por encima de todo, no olvides que nuestro hijos merecen aprender aquello por lo que vale la pena luchar, porque ellos serán el germen de esta revolución.

 

Salirse de la manada

Salirse de la manada

Las once y media de la noche y mis hijos dándose un chapuzón en la playa. Qué locura, qué divertido, cómo se te ocurre, se van a poner malos, qué irresponsable, esos son los momentos que van a recordar de mayores…. Cualquiera de estos comentarios serían normales según  nuestras vivencias personales, según nuestras creencias o lo que nos quede de ellas.

Cuando nos convertimos en familias tendemos a repetir modelos, a hacer lo que hemos aprendido, a criar como nos criaron nuestros padres y éstos a la vez como lo hicieron nuestros abuelos.

¿Pero, qué ocurre cuando cambiamos nuestro modelo?

A veces el cambio es mínimo e imperceptible, otras es moderado, y otras totalmente radical.

Ocurre que algunas veces, la familia, el entorno más cercano se sienten cuestionados porque no estamos repitiendo lo que ellos hicieron, no estamos haciendo lo que esperaban de nosotros. Para ellos es como si lo hubiesen hecho mal como padres, como abuelos.

¿Cómo es posible que mi hijo lo haga diferente con lo bien que yo lo he criado? Y tienen razón, ellos han criado lo mejor que han sabido con las herramientas que han tenido en su momento.

La cuestión es que nos cuesta salirnos de lo establecido, de lo que hace la mayoría, de lo común. En la crianza como en la vida es muy difícil nadar contra corriente, y por lo general se hace muy duro tener que enfrentarte a lo establecido por la sociedad, por el entorno o como queramos llamarlo.

Ya de por si crear una familia donde la suelen componer dos adultos con creencias diferentes, con distintos modelos de crianza es complicado llegar a un consenso, aún más si le añadimos el tener que seguir a la manada cuando no estamos de acuerdo con algunas maneras de actuar de la misma.

La (p)maternidad viene cargada de miedos propios y ajenos, de crecimientos y de infantilizaciones.

Según en contexto sociocultural en el que vivamos tenderemos a criar de una forma u otra, a vestir de determinada manera, a escolarizar a cierta edad.  Aunque en España la edad obligatoria para la escolarización es a partir de los seis años lo hacemos desde los tres, si viviéramos en Finlandia a pocas familias se les ocurriría hacerlo antes de los seis.

Lo que en un sitio es «normal» en otros puede ser una auténtica locura. 

Las cosas no se hacen ni mejor ni peor, cada familia debe buscar lo mejor que se adapte a su modo de vida, a sus creencias, a sus necesidades y como no, al bienestar de los hijos.

Que lo haga la gran mayoría no significa que tenga que ser lo correcto.

Seguir a la manada te da la seguridad y el confort de pertenecer al grupo,  salirte de ella te abre a nuevas posibilidades.

 

 

 

 

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