A la maternidad no siempre se llega de forma consciente. Y no me refiero a si se decide ser madre o no.

Muchas de nosotras pensamos que hemos decidido ser madres, pero en realidad ¿es nuestra esa decisión? O al menos, ¿hasta qué punto somos conscientes de lo que implica realmente lo que estamos decidiendo? ¿Qué factores de nuestro entorno nos condicionan en esa elección?

A lo largo de este tiempo que llevo acompañando a mujeres he conocido muchos casos. Las mujeres podemos encontrarnos con una maternidad a la que no habíamos llamado o a la que hacía tiempo que esperábamos. También podemos decidir tener hijos porque quizás socialmente es lo que se espera de nosotras después de tener pareja estable.  O también decidimos tenerlos porque vemos que nos hacemos mayores y tenemos miedo no poder serlo más adelante, aunque eso implique llegar a la maternidad sin estar del todo preparadas…

Pero, ¿se está preparada para ser madre?embarazo

¿Tenemos información real y de primera mano cuando nos planteamos serlo?

Una persona muy cercana a mí me dijo un día que había sido egoísta al elegir ser madre: “no lo hago por crear una vida y dedicarme a ella, sino por ser un aliciente nuevo y tener otro entretenimiento, una faceta más para darle sentido a mi vida”. Y aunque tengo que reconocer que, en un primer momento también vi esa reacción como un hecho egoísta, con el tiempo me he ido dado cuenta que no es en absoluto cuestionable la decisión que nos lleva a querer pasar por la maternidad o paternidad.

El caso es que las mujeres que llegamos a la maternidad lo hacemos viniendo de un camino concreto, con sus pendientes y características que lo hacen único para cada una de nosotras. Y ese camino, en muchos casos, no ha pasado por el “stand” informativo de: “Todo lo que deberías saber para ser madre”. Ese stand, precisamente, nos lo vamos encontrando, en pequeñas o grandes dosis, a medida que vamos descubriendo, o no, qué es eso de tener una criatura a tu cargo.

Yo decidí ser madre, lo tenía claro. Pero he de reconoder que no me había planteado nunca qué podía suponer tomar esa decisión.

El primer bebé recién nacido que tuve en mis brazos fue mi hijo.

Recuerdo el sentimiento de ridiculez que me invadió cuando, en el hospital, me “enseñaban” a amamantar a mi hijo, me mostraban cómo debía sujetarlo, los cuidados que debía tener con el ombligo y, lo mejor de todo, cómo cambiarle el pañal y bañarlo. La sensación de “no saber”, de novata, de inexperta, de que todo era nuevo y todo debía ser aprendido era abrumadora. En vez de empoderada, salí del hospital con un sentimiento de “madre mía, esto es más grande que yo y no voy a saber ni por dónde empezar”. Y en parte, no iba tan mal encaminada.

 

¿Cómo puede ser que una especie animal que tiene más de 2 millones de años de existencia tenga que aprender en un hospital cómo atender a su cría? Visto ahora, con cierta perspectiva, me parece terriblemente patético.

 

¿Qué hemos hecho como sociedad que la crianza de nuestros hijos, el conocimiento de lo que es un “bebé real” se ha desvinculado tanto de nuestro día a día?

La respuesta no es muy difícil de encontrar, lo sé.

Mi reflexión es que la mayoría de mujeres llegamos a la maternidad sin ser muy conscientes de lo que realmente significa ser madre. Y eso también incluye que muchas de nosotras no tenemos mucha idea de lo que implica para el bebé nacer y de cuáles son sus necesidades reales.

Lo que conocemos de la maternidad antes de llegar a ella es una imagen. Un modelo expuesto en un mostrador llamado sociedad consumista que nos da una idea de lo que quieren que sea la maternidad, de lo que quieren que sea un bebé. Y, como en muchas otras cosas, nosotros confiamos en lo que nos dicen y consciente o inconscientemente nos lo creemos y lo integramos.

 

Y yo me pregunto, ¿y si llegamos a la maternidad real, la que vivimos en nuestras propias carnes, y no es como nos lo han planteado? ¿Y si la probamos y no nos gusta? Qué hacemos entonces, ¿la devolvemos como los productos que compramos y nos acogemos al derecho de devolución?

 

Pues entiendo que cada una de nosotras, con nuestro camino vivido, nuestro contexto concreto y nuestra mochila emocional más o menos pesada, hacemos y decidimos lo que es mejor para cada una de nosotras teniendo en cuenta todo eso. Y a partir de ahí evolucionamos hacia un sentido o hacia otros muchos que nos vayamos  encontrando en nuestra ruta por esa nueva aventura que hemos  iniciado.madre estresada

Y sí, he visto madres maldecir el día que decidieron serlo. Las he visto llorar, desesperarse y salir de la habitación donde estaba su bebé gritando “no puedo más”. Incluso rechazar el contacto con su bebé, pidiendo que se lo apartaran de su vista. Vivencias durisimas y que hemos juzgado muchas veces por dar por hecho que una mujer debe saber llevar y «soportar» la maternidad porque le corresponde.

 

También las he visto dando gracias a todo lo que supuso para ellas esa misma decisión.

 

Decidir o no ser madre no puede ser juzgable, puesto que cada cual toma la decisión, acertada o no (eso es difícil, casi imposible, de afirmar), que cree más oportuna. Y lo mismo cuando se llega a la maternidad.

Tomar decisiones tiene sus riesgos y sus consecuencias, por eso nos cuesta muchas veces tomarlas. Incluso puede llegar a ser todavía más costoso cuando hablamos de decisiones relacionadas con la crianza de nuestros hijos.

Por ello creo que es importante estar informada. Conocer o no  las necesidades reales de nuestros bebés y las nuestras propias como mujeres que decidimos emprender, o no, el camino de la maternidad, puede representar vivirla de maneras muy diferentes.

Bastante complicado es ir descubriendo en pequeñas capsulas de información o con cubos de agua fría, qué implica ser o no ser madre, como para, además, sentirnos juzgada por la decisión que tomamos. Pero des de la información y la consciencia, la decisión se puede entomar con mucho más poder. Y si hay poder y seguridad para decidir desde esa prespectiva, puede ser más fácil asumir todo lo que esa decisión conlleva.

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