Hay personas que, siento decirlo, considero poco empáticas o algo cortas de miras. Personas que, cuando una mujer tiene un aborto involuntario, hacen comentarios como “pero si eres muy joven“ (eso, además, independientemente de la edad que tenga), o “venga, venga, mujer legrada mujer embarazada” o “la naturaleza es sabia”, etc.
A pesar de lo habituales que son estos comentarios que no aportan nada bueno, sé que sí hay gente con bastante comprensión del sufrimiento en una situación así.
A pesar de que es patente la torpeza y la dificultad generalizada para reconocer y aceptar las emociones negativas, propias y ajenas, creo que tampoco hay tanto cazurro que piense “bah, en seguida se le pasará”.
Pero en realidad, ¿qué más da?
No tiene mucho sentido entrar a valorar si sufrir un aborto es digno o no de tristeza y en qué medida; porque nuestra opinión no importa, es nuestra. Quizás deberíamos interesarnos sinceramente por cómo lo está viviendo esa mujer en concreto que tenemos delante.
Es posible que nuestras creencias nos digan que la vida humana no es tal hasta la semana 25 o hasta el momento del parto, pero quizás esa mujer ya se sentía vinculada a ese bebé desde el primer día y lo veía así: como a su bebé. O al contrario, quizás nosotros pensemos que el embrión es ya un ser humano pero esa mujer aún no se sentía madre.
Lo que importan no son los hechos, sino cómo los vivimos. Da igual, de hecho, que estuviera embarazada o no, cuando una mujer vive la llegada de la regla como un aborto.
Esto puede ser más difícil de entender, pero para las mujeres que desean ser madres y no lo consiguen, que ese hijo no llegue supone pasar un duelo como si hubiese estado embarazada y hubiese sufrido un aborto cada mes. Uno tras otro.
Es un duelo porque también es una pérdida. Una pérdida de la vida que querías tener, de la familia que querías formar, de la persona en la que te querías convertir.
“La sociedad tiene tradiciones y rituales para aceptar y asimilar la muerte.
Con la infertilidad es distinto. No hay un funeral, no hay resucitación,
no hay tumba donde poner flores. La familia y los amigos tal vez nunca se enteran.
La pareja infértil llora sola”. Barbara Eck Menning.
Como cualquier duelo, es un duro camino lleno de contrastes.
Primero viene el shock.
Ese momento, muy preciso, en el que eres consciente de que no serás la madre que habías soñado y ves en tu cabeza cómo se derrumba el futuro. Eres incapaz de pensar y al mismo tiempo tu mente no para. Luego pasas por el “no es posible”, por el enfado, por la rabia, por las malas contestaciones a los demás, los instintos asesinos cuando alguien te pregunta :“y tú, ¿cuándo te animas?”, por los pactos con una misma :“seguro que si dejo de fumar, si como mejor, si trabajo menos…”, el llorar y llorar y llorar de pena…. Y, al final, te conformas con poder hablar de ello sin llorar.
Pero no es el final.
Pocas veces en la vida las cosas ocurren de la manera perfecta, cumpliendo nuestras expectativas y sueños… Pero si una mujer quiere ser madre, lo será, encontrará la manera.
Porque el deseo de ser madre no es más que una cantidad de amor tal que se te desborda del pecho sin encontrar a quién dárselo.
Y tanto amor, y de esa clase, debe acabar sosteniendo a un bebé, o quizás otro proyecto vital igual de hermoso…
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