Os voy a contar una historia:
Érase una vez una mamá, que muy preocupada por su hija, decidió acudir a un profesional. La pequeña de cuatro años tenía pavor irracional a determinados ruidos fuertes como el arrancar de una moto. No era un miedo normal, era verdadero pánico, un miedo tan irracional que perdía el control de sus actos. Tras la consulta, la madre salió muy enfadada pensando:
“¡Este hombre qué sabrá!”, “¡no tiene ni idea!” “¿cómo es capaz de decir que yo no quiero a mi hija?”.
¿Por qué reacciono así esta madre ? ¿Realmente le dijo el especialista que ella no quería a su hija?
Tras la consulta y valoración, este profesional lo que le dijo a la madre de esta pequeña fue que la actitud de la niña podría deberse a la falta de apego con su madre. Que no habían conseguido establecer un vínculo de apego seguro.
¡¡¡Qué barbaridad!! ¡¡¡Pero cómo puede insinuarme que yo no quiero a mi hija!!! ¡¡¡Qué tendrá que ver!!!
¿Os podéis imaginar el sentimiento de esa madre? ¿Pensar que tus actuaciones han provocado algún mal a lo que más quieres en este mundo?
Es fácil asociar la falta de apego con la falta de cariño o amor, la realidad es que falta información, mucha información.
A ninguno nos gusta oír que nos hemos equivocado en lo que a nuestros hijos se refiere. Nuestra intención siempre es hacer lo mejor para ellos: lo mejor que sabemos y que podemos.
Con la maternidad he descubierto un camino que es como una hoja de doble filo entre la generosidad absoluta y el egoísmo puro.
En cada asesoría y relación que tengo con una familia me recuerdo que cada madre es la mejor madre que puede tener su hijo. Juzgar está prohibido porque detrás de cada decisión hay unas circunstancias determinadas. Pero debemos tener siempre los oídos, ojos y sentidos bien abiertos y saber leer entre líneas, estar receptivos, perdonarnos, y actuar, porque eso, sin duda, va a contribuir a ser la mejor madre para nuestros hijos.
Dejando aparte si tuvo o no delicadeza el profesional del comienzo al hablarle así a esa madre, vamos a quedarnos simplemente con el diagnóstico: falta de apego seguro.
Aunque es muy duro escucharlo, al analizar el caso desde el origen se explica todo.
Fue un parto complicado y largo, y al poco tiempo de nacer el bebé lo llevaron a la incubadora con una ictericia grave que dio lugar al alta de la madre pero no del bebé. A la madre le permitían ir cada tres horas a visitar a su bebé pero nadie le dio más información, incluso le animaron a quedarse en casa descansando por las noches.
Y cuando uno piensa que las cosas no pueden ir peor pues parece que se tuercen un poco más. Según le dan el alta al bebé a esta mamá la tienen que intervenir de urgencias y por tanto no pudo cuidar a su bebé como le hubiera gustado.
Durante muchos meses la bebé lloraba sin parar, cosa que no ayudaba para nada al estado anímico de la pobre mamá. Incluso llegó a pensar “¿y esto es la maternidad?”. Con el tiempo eso mejoró y tuvo la oportunidad de disfrutar con su segunda hijo la maternidad de otra forma.
Claramente los principios de esta relación fueron difíciles, y sí, podríamos decir que hubo falta de apego, que no de amor.
Tuvo un apoyo físico incondicional por parte de su marido y familia, se lo hicieron todo, teniendo una rápida recuperación. Esto ayudó a que se curaran sus puntos pero no otras heridas más profundas y menos visibles.
Esta mamá lo hizo lo mejor que pudo y supo con sus propias circunstancias. Siempre desde el corazón, pero no era consciente de la importancia del apego, de ese inicio crucial, de los primeros minutos, de las primeras horas de vida y los siguientes meses y años de vida. Nunca pensó que tendría consecuencias a tan corto plazo. Porque al fin y al cabo el mensaje sigue siendo: «No pasa nada»
Como muchas otras cosas que nos pasan en la vida, estos comienzos en la maternidad también necesitan su duelo particular.
Os remito a un post reciente » Nunca es tarde» donde Amaya Hansen de Maramayu os cuenta con detalle la necesidad del contacto para el correcto desarrollo del bebé.
A la pequeña y a la mamá les queda todavía mucho camino por delante para caminar de la mano juntas, sanando esas cicatrices con amor, mucho amor de madre.
Esta historia no es real, pero ¿acaso no conocéis historias similares? ¿Hay falta de apoyo emocional y de información? ¿Os habéis sentido juzgadas? ¿Por otros? ¿Por vosotras mismas? ¿Os habéis perdonado?…
Hay mucho camino por delante.
Tatiana Martin
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