Maternidad y Porteo en Nueva Zelanda

Maternidad y Porteo en Nueva Zelanda

 

Una vez más vengo a contaros mi percepción de la maternidad y el porteo en Nueva Zelanda, al otro lado del mundo, donde me he mudado a vivir hace tres meses.

Desde el primer día me pregunté ¿por qué el porteo está aquí tan extendido?. Fue algo que me llamó la atención desde el minuto uno en el aeropuerto.

 

El porcentaje de «avistamientos» de portabebés con respecto a carritos es mucho mayor. Vayas donde vayas: parques de bolas, colegios, centros comerciales, en la calle… Incluso en muchas ocasiones parte de esos carritos llevan en sus cestas un portabebé.

Y he de decir que el porteo en general es un porteo ergonómico con mochila. Pero por más que he preguntado, nadie me sabe dar una respuesta concreta, aunque todos coinciden que puede ser porque aquí se disfruta mucho del entorno.

La actividad de ocio principal es la naturaleza, el camping, las excursiones y paseos por medio de bosques, tan maravillosos, que te entran dudas de si en algún momento saldrá un elfo, un hobbit o un hada de detrás de cualquier árbol.

 

porteo y naturaleza1

 

Os voy a contar mis impresiones y conclusiones personales.

  • Por un lado está claro que si una de las actividades principales son las relacionadas con la naturaleza, es imprescindible el porteo porque con un carrito sería imposible.

 

  • Por otro lado, la orografía del país lo requiere ya que hay muchas cuestas muy empinadas, y la construcción de las casas, en casi todas partes incluida la ciudad, es sobre monte. De ahí que empujar un carrito sea agotador, pero ya ni te cuento el retenerlo en una cuesta abajo.

 

  • El viento es otro factor importante a tener en cuenta. En Wellington, donde yo vivo, el viento es habitual y bastante fuerte, tanto que a veces podría levantar un carro del suelo. Además hace que la sensación térmica sea mucho más baja, por lo que el bebé va más protegido y calentito en brazos, pegado al adulto.

 

  • Respecto a que el porteo sea con mochila ergonómica, no tengo claro si en general son conscientes de que están porteando con un portabebé que respeta la fisionomía del bebé, la postura correcta, espalda en forma de C, rodillas por encima del culete etc… o simplemente es un portabebé cómodo para el adulto (cosa que las «colgonas» no son) y tienen la suerte que son las más comercializadas aquí.

 

Independientemente de cual sea la razón por la que portean, está claro que también debe de influir que es un país por lo general muy respetuoso en todos los aspectos. El respeto, la colaboración y la ayuda a los demás se ve en las calles a diario.

Puedes encontrar desde venta de galletas a perritos calientes para recolectar fondos para cualquier tipo causa. Una de las colectas que más me ha sorprendido es para preparar tarteras de comida para madres recién paridas, de modo que no tengan que cocinar durante esas primeras semanas de su maternidad.

 

Respetan tanto a los bebes como a los niños. Esto se puede ver reflejado en la educación, por ejemplo, ya que no escolarizan hasta los 5 años y antes están, por lo general, con sus madres o acudiendo pocas horas y solo algunos días a las escuelas infantiles para que estén con otros niños y jueguen.

Creo que todo esto también es un factor determinante para explicar por qué aquí se lleva más en brazos al bebe o niño, y simplemente se sirven de portabebés para facilitarlo. No se plantean que se vaya a acostumbrar, simplemente son conscientes de las necesidades del bebé y procuran satisfacerlas.

Cuando yo he preguntado a distintas mamás: «¿es lo habitual coger al bebé en brazos?» me han mirado con cara extraña y me han contestado: «¿cómo no va a serlo?»

Labios Rojos desde un fular

Labios Rojos desde un fular

Porteamos a nuestros hijos y les mostramos el mundo desde otro ángulo, se lo presentamos, y les ayudamos a incorporarse a nuestro entorno de la forma más natural y respetuosa posible. Les hacemos partícipes desde nuestros brazos de nuestra vida, de la vida.

Pero, ¿cómo influye nuestro estado de ánimo en nuestros hijos?

Claramente somos conscientes que muchas veces nos enfadamos desmesuradamente con determinados actos de nuestros hijos que no son para tanto. Esto suele ser como consecuencia del cansancio, estrés y estado anímico propios. Otros días, ante ese mismo hecho, toleramos más, empatizamos y el conflicto cambia por completo.

 

¿Todo esto a qué viene? – os preguntaréis. Y, ¿qué tiene que ver con el título de este post?

 

Igual que en los conflictos influye nuestro estado anímico, nuestro sentir como mujer y nuestra seguridad también se lo transmitimos a los niños.  Sentirte bien, guapa, especial, te hace pisar fuerte.

 

 

Muchas veces nos levantamos sin haber descansado, sin haber pegado ojo en toda la noche. La noche anterior no había forma de acostarles, ahora no hay forma de levantarles. ¿Os suena?

Y pensaréis: «Lo que me faltaba, ahora pintarme. Si yo lo que quiero es meterme en la cama de nuevo.»

Pero tampoco lo haces, y sigues tu día entregándote a los demás: llevas a los niños al cole, trabajo, casa, ese favor que te dijo tu amiga que le hicieras, padres, pareja, meriendas, parque, cenas, comidas para el día siguiente… ¿te suena?

Todo esto lo haces de mil amores, y eres feliz haciéndolo, pero

¿has pensado que tiempo de todo el día lo has dedicado en exclusiva a ti?

 

Existe un periodo de puerperio en el que solo cuidamos a nuestro bebé y es lógico, y, por naturaleza, lo normal. La naturaleza, y las hormonas mismas ayudan a que tu única preocupación sea el bebé ya que es un ser indefenso que lo único que necesita es tener a su mamá cerca, que le provee alimento, calor, cariño y sueño.

Pero muchas veces ese periodo se alarga tanto que cuando nos queremos dar cuenta han pasado 5 años. Cinco años en los que no hemos ido a la peluquería, sino que nos hemos «escapado» a la peluquería como mucho en tres ocasiones.

 

5 años en los que nos hemos mirado al espejo y no hemos visto a «LA MUJER».

 

  • Pues dedícate 5 minutos.
  • No hace falta maquillarse como una puerta,
  • no hace falta hacerse unas ondas de peluquería,

pero sí date un toque: píntate los labios o ponte un poco de máscara y colorete.

 

No dejes que nadie te baje la autoestima, ni la confianza. Cuando no tienes esa confianza aparecen los miedos, y con el miedo te paras, te bloqueas. Tienes que tener en lo que confiar para no pararte y por eso tienes que gustarte.

 

Tus hijos también aprenden de ti eso, que existe esa individualidad, que no sólo eres madre, sino que eres mujer, que te respetas y te valoras. Que tú también existes para ti, no solo para los demás. Eso también les enseña a valorar, a respetar, y a sentirse seguros de sí mismos, les enseñas a:

 

PISAR FUERTE.

 

A mi me encanta cuando me miran por la calle y ven a una mamá porteando, una mamá que da el pecho a su hijo, pero también me gusta que vean a una mujer que se valora, especial, sonriendo, siempre sonriendo y que se siente guapa.

 

esmeralda sonrisa

Escúchame, Réspetame

Escúchame, Réspetame

 Escuchar y Respetar

Hablamos, hablamos, hablamos… pero ¿escuchamos de verdad?

Preguntas, preguntas y más preguntas… pero ¿de verdad queremos oír la respuesta o sólo preguntamos para poder dar luego nuestra opinión o para obtener un beneficio propio?

 

Últimamente las circunstancias me han obligado a abrir un poco más los oídos que de costumbre. No quiere decir que antes no escuchara, sino que me he parado a analizar un poco más la forma de escuchar que tenía.

Todo eso me ha llevado a reflexionar sobre la forma que tenemos de dirigirnos a los niños y la forma que tenemos de escucharles.

Siempre he intentado que mi hija se comunique conmigo. Cuando la he visto triste o apagada la he preguntado: “¿Estás triste? ¿Por qué? ¿Es porque… bla bla bla?” Exponiéndole yo el por qué creo que esta triste. Así pensaba que estaba ayudándola a identificar los sentimientos y pensaba que se sentiría comprendida.

 

Me he dado cuenta que muchas veces damos por sentado que se sienten de una forma determinada, que les pasa lo que nosotros creemos que les pasa, pero realmente no les dejamos expresarse o no les escuchamos correctamente.

 

Mi hija Adriana, de casi 6 años, está experimentando muchos cambios de golpe. Nos hemos ido a vivir lejos de la familia y de los amigos. Cambio total de país, entorno y de idioma. Para una niña sociable y muy expresiva, empezar en un colegio nuevo sin conocer el idioma y en un país en el que hasta el lenguaje corporal es distinto, está claro que cuanto menos implica una adaptación nada fácil.

Todo esto ha afectado en su comportamiento y yo creo saber cómo se siente. Pero:

 

 

¿se lo he preguntado o he dado por hecho que se siente de una manera determinada?

 

A pesar de querer ayudarla a identificar los sentimientos muchas veces les asignamos el sentimiento que nosotros creemos.

 

¡ERROR!

 

Cuando me he percatado del error que estaba cometiendo con ella he decidido hacer un juego:

LA RULETA DE LOS SENTIMIENTOS.

 

Hemos pintado un círculo y lo hemos dividido por quesitos, como en el Trivial. Juntas hemos ido haciendo una lista de sentimientos, positivos y negativos, y coloreando cada quesito de un color con tres intensidades distintas. En el vértice clarito, en el medio un poco más oscuro y la parte exterior más oscuro. Ella ha asignado a cada sentimiento un color y lo hemos coloreado juntas. Cuanto más intenso es el color mas intenso es el sentimiento.

 

 Escucha  Respeta, ruleta de sentimientos

 

De esta forma ya no la pregunto si está contenta o si está triste, sino que la pregunto con la ruleta delante:

“¿Cómo estás?”

 

Cuando se le ocurre un sentimiento distinto vamos poniéndolo en otro círculo para ir completándolo. Yo intervengo cuando me dice que no es ninguno de los sentimientos que tenemos escritos y entonces juntas buscamos el que se corresponde.

¿Os habéis percatado en alguna ocasión la conversación telefónica que puedan mantener un niño y un adulto? Al niño le suele gustar hacer muecas, dice “mira” como si a través del auricular se pudiera ver, y pregunta «¿dónde estás? ¿qué haces?». Pero el adulto suele empeñarse en no escuchar y preguntar él. Un bombardeo de preguntas sin escuchar lo que realmente quiere decir el niño.

 

A los niños también les gusta preguntar y que les contesten, que les cuenten a ellos. No solemos darles tiempo, preguntar y esperar a que contesten, interesándonos de verdad en ellos.

Cuando preguntamos a un niño: “¿Qué tal?” normalmente ya sabemos la respuesta y simplemente lo hacemos porque es muy gracioso ver como interactúa un niño. Si de verdad queremos saber cómo está un niño le preguntamos a la madre, como si lo que dijera el pequeño no tuviera tanto valor.

Sin embargo dale el teléfono a dos niños y son capaces de jugar, de divertirse, y de repente se cuentan sus cosas, lo que han hecho y donde han ido. Tranquilamente. Justo lo que esperamos escuchar los adultos cuando estamos al otro lado de la línea.

Pido disculpas a tantos niños con los que yo he actuado así. Es lo habitual, lo normal, pero no lo más respetuoso.

 

A todos nos encanta escuchar a un niño contarnos lo que sea, pero ese «lo que sea» para el niño no es cualquier cosa. Son aquellas cosas que para él son importantes: sus vivencias, sus experiencias, sus sentimientos…

Imaginaos que os preguntan qué tal en el trabajo y, cuando empiezas a contar, te das cuenta que da igual lo que digas, que en el fondo no les interesa lo que cuentas sino que sólo les parece entrañable o gracioso tu forma de contar las cosas.

¿Cómo te sentirías?

Portabebés: Sobrevivir en tres aeropuertos.

Portabebés: Sobrevivir en tres aeropuertos.

Como ya os conté en mi post del mes pasado «Mis hijos necesitan a su padre, no necesitan terminar el curso», estaba a punto de marcharme a Nueva Zelanda a vivir. Tras una larga espera, y cuatro meses estando mi marido en el otro lado del mundo y yo en España con nuestros hijos, por fin llegó el momento y nos reencontramos en las antípodas.

 

 

Hoy os quiero contar como ha sido mi experiencia del viaje con dos niños, Adriana de cinco años y medio y Yago de tres y medio.

Decir que fue un viaje fácil sería mentir, porque Nueva Zelanda son las antípodas de España.

Vamos, que si haces un agujero en Madrid y excavas atravesando todo el mundo llegas hasta ahí, a Nueva Zelanda, tierra de hobbits. Fui consciente de lo lejos que viajaba cuando cogí una bola del mundo e intenté alejarme más de España a partir de Nueva Zelanda, y lo único que conseguía era acercarme.

Y, como es lógico, volar hasta allí es toda una odisea:

  • Primer vuelo, Madrid-Dubai, siete horas.
  • Segundo vuelo, Dubai-Bangkok, otras siete horas.
  • Tercer vuelo, Bangkok-Sidney, ocho horas.
  • Y, por último, Sidney-Wellington en tres horas.

En total treinta horas de viaje que, con los cambios horarios que se van produciendo según atraviesas el mundo, se convierten en dos días enteros de viaje.

Las escalas fueron de una hora y media la más larga y, teniendo en cuenta que desde que aterrizas hasta que sales del avión suelen pasar casi 15 minutos y que hay que embarcar unos 40 minutos antes, pues os podéis imaginar mis carreras por los aeropuertos.

En todos los aeropuertos te ofrecen un carrito nada más salir del avión para poder llevar a los niños pero, empujando un carro, arrastrando una trolley y llevando a una niña de la mano, nunca lo habría conseguido.

Mi gran salvación: MOCHILA EMEIBABY TODDLER y toda la colaboración del mundo por parte de mis hijos.

 

 

 

 

Desde un principio les expliqué la importancia de salir corriendo de un avión para poder coger el siguiente y actuaron en consecuencia. De cada uno de los aviones ya salía con Yago con el portabebé a la espalda, Adriana de una mano y de la otra una gran trolley de cabina con ropa de cambio, pinturas, cuentos, tablet y una bandolera por si en un momento dado tenía que llevar a los dos en brazos.

Yago,  el pequeño, fue el más porteado, pero en el penúltimo vuelo Adriana no quiso dormir nada, así que en la última escala no podía con su alma y fue su turno.  Antes de embarcar ya estaba dormida a mi espalda.

No puedo imaginarme como habría cambiado la historia si no hubiera tenido mis portabebés.

Primero la tensión de tener que tirar de dos niños, por la presión del poco tiempo en las escalas, estrés no solo para mí sino también para ellos, que se va acumulando vuelo tras vuelo y escala tras escala.

Es como cuando te empeñas que tus hijos coman lo que tú quieres y la cantidad que tú quieres y ellos se revelan.

Eso provoca que la hora de la cena sea un infierno y sea un momento que no quieres que llegue nunca pero que tiene que llegar sí o sí inevitablemente. Esta situación me hizo sufrir mucho en su momento, ya la superé hace tiempo pero aún recuerdo ese sentir tan horrible.

Creo que la sensación de “no quiero que aterrice nunca este avión por lo que me espera” habría sido muy similar a “no quiero que llegue nunca la hora de la cena”.

Por otro lado se me ponen los pelos de punta solo de pensar en la última escala con Adriana necesitando dormir y yo obligándole a ir andando o llevándole en brazos a pulso.

Así que, como decía al principio, no puedo decir que un viaje a las antípodas sola con dos niños sea fácil, pero realmente y en gran parte gracias a los portabebés, no es tan difícil. A mi no me ha dejado un mal sabor de boca, así que eso no será lo que frene mis visitas a España.

También me gustaría compartir que entre avión y avión, me ha dado tiempo a observar un poquito como se manejaban otras mamás.

Una mamá viajaba sola con dos mellizas de 3 años y un carrito gemelar y cuando le dijeron que tenía que dejar en la puerta de embarque su silla le cambió la cara, no se veía capaz de controlar a las dos niñas y llevar las bolsas a la vez. ¿Se habría evitado un disgusto con un portabebé? ¡Por supuesto que sí!

Me crucé también con muchas mochilas. Con la grata sorpresa que casi todas eran ergonómicas, aunque el porteo no fuera del todo correcto.

Vi muchas con reductores y recién nacidos, que personalmente no recomiendo porque considero que es un apaño, porque la mochila en sí no está preparada ni diseñada para el porteo de un bebé tan pequeño. También vi alguna exageradamente baja y poco ajustada.

Al facturar en Madrid en la cola vi una chica con un bebé en una «colgona» cara al mundo. Ella, muy contenta, aunque totalmente en diagonal hacia atrás recayendo todo el peso sobre sus riñones. Cuando embarcamos ya llevaba a su bebé en brazos sin mochila, en una postura posiblemente más cómoda que la inicial. No pude evitar que en mi cara se dibujara una pequeña mueca en forma de sonrisa maligna mientras que mi cabeza pensaba “normal, así no podía aguantar demasiado”.

Independientemente de si los portabebés que vi eran o no los más adecuados me quedó claro que es una opción bastante generalizada a la hora de viajar con niños.

¿A vosotros os han ayudado tanto como a mi en algún viaje?

 

viaje nueva zelanda

 

Mis hijos necesitan a su padre, no necesitan terminar el curso.

Mis hijos necesitan a su padre, no necesitan terminar el curso.

En breve me voy a vivir a Nueva Zelanda. Mi marido lleva allí 3 meses y medio y en todo este tiempo una de las frases que más he escuchado ha sido “claro, te esperas a que los niños terminen el curso”.  Adriana tiene 5 años y en septiembre en España empezaría primaria, y Yago tan solo tiene 3 años. Allí el curso empieza en febrero, pero que la gente no sepa eso, es normal.

 

Lo que más me ha sorprendido ha sido esa preocupación por terminar el curso unos niños que ni siquiera están obligados a estar escolarizados.

A nadie se le ha pasado por la cabeza decir “vaya, 3 meses sin su padre, cuanto antes os vayáis mejor”.

¿Por qué esa obsesión por terminar el curso?

Adriana entra a primaria y ya sabe leer y escribir. Aquellos padres que sus hijos no han alcanzado los niveles “esperados” empiezan el verano con preocupaciones innecesarias pensando en qué manual utilizar durante las vacaciones para que sus hijos se pongan al día o practiquen lo aprendido y así no pierdan el famoso “hábito de estudio”.

Me gustaría contribuir a quitar estas preocupaciones de la cabeza de muchos padres con una pequeña explicación del cerebro humano.

Paul MacLean habla del Cerebro Triúnico para explicar los rastros de evolución existente en la estructura del cerebro humano.

 

 

Cerebro Triúnico

 

 

El cerebro reptiliano es el que controla el comportamiento de la supervivencia, los instintos, las funciones automáticas como el respirar o hacer la digestión.

El cerebro mamífero o sistema límbico es en el que reside el aprendizaje, los instintos pueden modificarse con la experiencia. En él se controlan las emociones y los instintos. La experiencia y el conocimiento permiten que se interactue correctamente.

Por último nos encontramos con el cerebro humano, que es el de los mamíferos más evolucionados. Es la corteza cerebral y es responsable del pensamiento avanzado, la sapiencia, la razón y el habla.  Se compone de dos hemisferios, el derecho y el izquierdo.

El hemisferio izquierdo es analítico y lógico. Es la parte donde se encuentra la lógico-matemática, el conocimiento, la orientación espacial y el razonamiento.  Este es el hemisferio que nuestra sociedad se preocupa más por desarrollar.

El hemisferio derecho es en el que se encuentran las emociones, imaginación, intuición, arte, ritmo, propiocepción.

Los dos hemisferios se relacionan entre sí y se comunican, están unidos por el cuerpo calloso. No podemos decir que un hemisferio es más importante que el otro, el uno necesita del otro para realizar tareas, así que debemos tener en cuenta siempre que se deben conciliar y no intentar eliminar o superponer uno por encima del otro.

«El hemisferio izquierdo analiza en el tiempo,
mientras que el derecho sintetiza en el espacio.»
Jerre Levy en «Psychobiological Implications of Bilateral Asymmetry»

En nuestra sociedad actual cada vez estamos poniendo más en un segundo plano el desarrollo de lo controlado por el hemisferio derecho, y desde los primeros años de vida intentamos, a toda costa, sobreestimular la parte izquierda.

Cuando nace un bebé el cerebro que está al mando es el mamífero y reptil, su principal preocupación es la supervivencia y la seguridad. Cuando ésto lo tiene cubierto se puede dedicar a aprender otras cosas.

Durante el 6,7 y 8 primeros años de vida va tomando control el hemisferio derecho y a partir de ahí empieza a controlar el hemisferio izquierdo.

En nuestros métodos de enseñanza tradicional nos estamos esforzando en que desarrollen lo antes posible la parte lógico-matemática y de lecto-escritura. Cuanto antes aprendan a leer, escribir, sumar y restar mejor, erróneamente pensamos que  más inteligentes serán nuestros hijos.  Pero existen distintas inteligencias y las unas necesitan de las otras para un futuro exitoso.

Nos olvidamos por completo de esa parte emocional, imaginativa, de curiosidad libre, artística etc… esa inteligencia que traen los niños de forma innata.

Sin embargo según nos hacemos adultos demandamos cada vez más cursos de coaching emocional y de desarrollo personal. Buscamos desarrollar eso que de niños nos hicieron desaprender. Empiezan a salir a flote esas necesidades que el sistema y la sociedad hicieron que dejaramos de lado.

Por todo esto me da mucha pena cada vez que la principal preocupación de la gente sea que terminen el curso los niños.

¿A nadie se le ha ocurrido pensar en el transtorno emocional que supone  el no tener cerca a su padre? 

Os dejo una reflexión más:

¿Cuánta gente mayor ha aprendido a leer y escribir en una residencia de ancianos? Pero ¿a cuantos ancianos conocéis que hayan sido capaces de tocar el piano empezando de cero?

 

Lo que no nos gusta escuchar

Lo que no nos gusta escuchar

Os voy a contar una historia:

Érase una vez una mamá, que muy preocupada por su hija, decidió acudir a un profesional. La pequeña de  cuatro  años tenía pavor irracional a determinados ruidos fuertes como el arrancar de una moto. No era  un miedo normal, era verdadero pánico, un miedo tan irracional que perdía el control de sus actos. Tras la consulta, la madre salió muy enfadada pensando:

“¡Este hombre qué sabrá!”, “¡no tiene ni idea!”  “¿cómo es capaz de decir que yo no quiero a mi hija?”.

¿Por qué reacciono así esta madre ? ¿Realmente le dijo el especialista que ella no quería a su hija?
Tras la consulta y valoración, este profesional lo que le dijo a la madre de esta pequeña fue que la actitud de la niña podría deberse a la  falta de apego  con su  madre. Que no habían conseguido establecer un vínculo de apego seguro.

¡¡¡Qué barbaridad!! ¡¡¡Pero cómo puede insinuarme que yo no quiero a mi hija!!!  ¡¡¡Qué tendrá que ver!!!

¿Os podéis imaginar el sentimiento de esa madre? ¿Pensar  que tus actuaciones han provocado algún mal a lo que más quieres en este mundo?

Es fácil asociar la falta de apego con la falta de cariño o amor,  la realidad es que falta información, mucha información.

 

A ninguno nos gusta oír que nos hemos  equivocado en lo que a nuestros hijos se refiere. Nuestra intención siempre es hacer lo mejor para ellos: lo mejor que sabemos y que podemos.

Con la maternidad he descubierto un camino que es como una hoja de doble filo entre la generosidad absoluta y el egoísmo puro.

En cada asesoría y relación que tengo con una familia me recuerdo que cada madre es la mejor madre que puede tener su hijo. Juzgar está prohibido porque detrás de cada decisión hay unas circunstancias determinadas. Pero debemos tener siempre los oídos, ojos y sentidos bien abiertos y saber leer entre líneas, estar receptivos, perdonarnos, y actuar,  porque eso, sin duda,  va a contribuir a ser la mejor madre para nuestros hijos.

Dejando aparte si tuvo o no delicadeza el profesional del comienzo al  hablarle así a esa madre, vamos a quedarnos simplemente con el diagnóstico: falta de apego seguro.

Aunque es muy duro escucharlo, al analizar el caso desde el origen se explica todo.

Fue un parto complicado y largo, y al poco tiempo de nacer el bebé lo llevaron a la incubadora con una ictericia grave que dio lugar al alta de la madre pero no del bebé. A la madre le permitían ir cada tres horas a visitar a su bebé pero nadie le dio más información, incluso le animaron a quedarse en casa descansando por las noches.

Y cuando uno piensa que las cosas no pueden ir peor pues parece que se tuercen un poco más. Según le dan el alta al bebé a esta mamá la tienen que intervenir de urgencias y por tanto no pudo cuidar a su bebé como le hubiera gustado.

Durante muchos meses la bebé lloraba sin parar, cosa que no ayudaba para nada al estado anímico de la pobre mamá. Incluso llegó a pensar “¿y esto es la maternidad?”. Con el tiempo eso mejoró y tuvo la oportunidad de disfrutar con su segunda hijo la maternidad de otra forma.

Claramente los principios de esta relación fueron difíciles, y sí, podríamos decir que hubo falta de apego, que no de amor.

Tuvo un apoyo físico incondicional por parte de su marido y familia, se lo hicieron todo, teniendo una rápida recuperación. Esto ayudó a que se curaran sus puntos pero no otras heridas más profundas y menos visibles.

Esta mamá lo hizo lo mejor que pudo y supo con sus propias circunstancias. Siempre desde el corazón, pero no era consciente de la importancia del apego, de ese inicio crucial, de los primeros minutos, de las primeras horas de vida y los siguientes  meses y años de vida. Nunca pensó que tendría consecuencias a tan corto plazo. Porque al fin y al cabo el mensaje sigue siendo: «No pasa nada»

Como muchas otras cosas que nos pasan en la vida, estos comienzos en la maternidad también necesitan su duelo particular.

Os remito a un post reciente » Nunca es tarde» donde Amaya Hansen de Maramayu os cuenta con detalle la necesidad del contacto para el correcto desarrollo del bebé.

A la pequeña y a la mamá  les queda todavía mucho camino por delante para caminar de la mano juntas, sanando esas cicatrices con amor, mucho amor de madre.

 

Esta historia no es real, pero ¿acaso no conocéis historias similares? ¿Hay falta de apoyo emocional y de información? ¿Os habéis sentido juzgadas?  ¿Por otros? ¿Por vosotras mismas? ¿Os habéis perdonado?…

Hay mucho camino por delante.

2015-04-24 00.31.48-1

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