Ser historiadora y humanista es algo de lo que una no puede -ni quiere- desprenderse, pero a menudo supone para mí llevar al extremo de la investigación antropológica cualquier realidad cotidiana que me toca de cerca, en la vida o en la profesión. Un ejemplo de eso es lo que os traigo hoy en este post: una breve, pero espero que clarificadora, perspectiva de lo que yo llamo «Las otras maternidades», una visión desde de la historia de las mentalidades, o lo que es lo mismo la versión post…

PARA GUSTOS… LOS COLORES

En las últimas semanas, he leídos varios artículos en los medios y posts en las redes, surgidos a raíz de las declaraciones de los diseñadores Dolce & Gabanna sobre el derecho de los gays a tener hijos. La mayoría, en mi humilde opinión, han sido lo que yo llamo «post viscerales» que surgen del #yomemíconmigoymiegotenemosmuchoquedecir, tan difícil de abandonar, y no de la reflexión pausada y serena que debería acompañar a cualquiera que escribe algo sobre otros y para otros y siente o cree que puede aportar algo, más allá de la opinión personal, muy respetable, esos sí, pero poco instructiva en la mayoría de los casos.

Me llamaron especialmente la atención un par de artículos denostando a todas aquellas personas que desean ser madres o padres, más allá de su condición física, su elección afectivo-sexual o sus condiciones económicas o realidades familiares, con argumentos biologicistas poniendo en entredicho la libertad o el derecho de ser familia de otros, por el simple hecho de que biológicamente no tengan esa posibilidad o el camino hasta ella les sea más arduo.

Sorprendentemente venían de personas y profesionales que respeto mucho y que supuestamente son afines a la «crianza respetuosa». Y uso con mesura este concepto porque respetuosa, tiene para mí un cariz bien distinto y alejado del juicio, el sentimiento de superioridad o de estar en posesión de la verdad absoluta. Este hecho me preocupa especialmente, puesto que la forma, «crianza respetuosa», debería acompañar el fondo «actitud respetuosa», que últimamente no veo mucho y que no debería referirse únicamente al trato con nuestros hijos, sino con todas las personas de nuestro entorno.  Si no, flaco favor nos hacemos al abanderarnos de ideologías o posiciones con las que no somos capaces de ser consecuentes después en el día a día.

Tomar partido significa ser honesto, con uno mismo, con nuestro origen, nuestro destino y nuestros fantasmas, miedos, tabúes y sonrojos, perdonarnos para perdonar,  aprender a amar desde la diferencia y a respetar desde el corazón.

Y es que si algo he aprendido en esta vida, con sus cambios de rumbo, sus lecciones, sus errores, las personas que han dejado en mí un poso profundo, las experiencias vividas propias y compartidas, y después de más de siete años al lado de personas en su despertar como familia, es que no hay verdades absolutas, no hay fórmulas mágicas únicas, no hay soluciones mejores que otras, ni caminos perfectos y a cada cual le sirve su verdad. Estoy segura de que mi experiencia personal y profesional me ha llevado a querer visibilizar la riqueza que aporta la diversidad. 

Cuando una bucea por las profundidades del ser humano a lo largo de los siglos se enfrenta a menudo con etapas históricas, corrientes religiosas o visiones políticas o culturales fruto de un tiempo concreto, del miedo, la intolerancia, el ego, la injusticia, y hasta la sinrazón. Por eso es bueno para la evolución como sociedad y como especie, no anclarse en ningún pensamiento de manera categórica, ni pretender sentar cátedra sobre sistemas, opciones o elecciones que nos son válidas hoy, aquí y ahora, a nosotros, pero que no necesariamente van a evolucionar con los tiempos y a adaptarse a nuevas formas y sistemas de vida futura.

Esto es, grosso modo, lo que siento que está ocurriendo hoy en ciertos sectores de esta «crianza respetuosa»: sentimos que hemos vuelto al origen, a lo natural, a la esencia de las necesidades biológicas como especie de nuestros bebés y nuestras madres y nos vanagloriamos de ser pioneras del cambio. Y eso está bien, obviamente yo abogo también por un cambio de paradigma que nace de una maternidad y paternidad más consciente, pero me preocupa enormemente que esos puntos de vista, marginen o juzguen la realidad de otros, que escapan a lo «normal», habitual o convencional, y hasta diría, a lo políticamente correcto, porque nuestra sociedad no es blanca y negra, ni siquiera está teñida en escala de grises, sino que brilla cada día con tonos nuevos, y está claro que para gustos, los colores.

Si uno se para unos minutos a reflexionar sobre su vida, sobre las personas que conoce (familiares, amigos, compañeros del trabajo) seguramente verá que no hay dos realidades iguales, que no hay dos personas idénticas,  ni hay dos modelos familiares siquiera parecidos.. y aún así juzgamos. Y juzgamos porque somos fruto de nuestro tiempo también, porque tememos al «otro» y a lo que nos aleja o distingue de él, pero también a que se parezca en el fondo demasiado.

Hoy, aún vivimos nuestras maternidades y paternidades en una sociedad castradora. Durante toda nuestra vida, sufrimos una y otra vez de la insana costumbre de etiquetar, de constreñir, de necesitar colocar, por miedo a aceptar la diferencia, al «otro» en un lugar distinto al nuestro, como si por ello fuéramos mejores que él. Pasa en la infancia, en la adolescencia y en la vida adulta. Y con la llegada del deseo firme de ser madres y padres surgen de nuevo los miedos personales, los tabúes y los prejuicios de la mayoría, y somos muchos y muchas los que debemos enfrentar las críticas, las miradas y a menudo el desconocimiento sobre nosotros y nuestras particularidades.

Vivimos en una sociedad -la occidental-eurocéntrica- compleja, abierta, democrática, todo esto entre muchas, muchas comillas, porque supone  una variedad y riqueza a veces difícil de digerir. Salvando las distancias, y si me permitís el símil, somos como el mejor de los buffets de desayuno de un hotel: fruta fresca, en almíbar, zumos, cafés, infusiones, pastas, panes, cereales, embutidos, chocolates, dulces… y así hasta el empacho. Un sinfín de posibilidades, atrayentes, saludables y nutrientes, pero también insanas si no se toman en su justa medida, distintas pero no necesariamente opuestas…

Somos una sociedad global y diversa, en la que cada cual puede encontrar la opción que mejor le parezca, pero ¡ojo! siempre que no toquemos el tema paternidad/maternidad, porque ahí sigue habiendo clases. Ahí se acabó la tolerancia y el ser polite.  Ahí enarbolamos de nuevo la bandera, y resucitamos a la Santa Inquisición, ahí nos creemos con derecho a decidir sobre las libertades de los otros. Y lo hacemos, claro está, como intelectuales occidentales y paternalistas, por su bien, porque no saben nada del tema, y nosotros sí, por un fin mayor, y escudándonos en la biología y la evidencia científica, que como es sabido por todos, no deja de ser, aleatoria, randomizada, controlada, parcial y orientativa. Y es que en una sociedad de la información, supuestamente culta, veraz y tolerante, lo ideal seria ver que todos tenemos voz y voto, y que cuando alguien opina, habla o teclea, lo hiciera desde la piedad, en el sentido más latino de la palabra.

Píetas, pietatis; píus, pía, píum; pío, piare, piavi, piatum...

Os invito a practicar la piedad en todas sus acepciones: como inclinación afectiva, como empatía con la realidad del otro, como amor y respeto al individuo por lo que es y no por lo que yo espero que sea, como reconocimiento y cumplimiento de los deberes para con los otros, de aceptación de su identidad e integridad, de amor respetuoso, veneración sincera, de ternura, amistad, equidad, justicia, gratitud y simpatía.

Os invito a vivir sin juicio la diferencia y sus riquezas, a dejar a cada cual, la elección de a quién, cómo y cuándo amar o de cuándo y de qué manera ser familia o de qué tipo. A ser capaces de ver en los demás lo que nos hace iguales y no lo que nos hace distintos. A dejar al margen lo que «es mejor» para nuestros pequeños. Porque ellos sólo necesitan amor del bueno.

Os invito a aprender a difundir nuestro mensaje de «crianza respetuosa» adaptándolo a cualquier modelo, con todas sus particularidades, porque ese sí es un mensaje universal y válido para cualquier bebé y familia.

Porque os aseguro que en esto de ser familia, todos somos Familias Singulares seamos familias homoparentales, lesbomarentales, por reproducción asistida, por maternidad subrogada, por maternidad o paternidad en solitario o adolescente, de adopción, coadopción o acogida, tengamos diversidad funcional, situaciones especiales de prematuridad o enfermedad de progenitores o niños, seamos interraciales o familias reconstituidas o familias sin hijos… En esto de ser familia nadie es más que nadie. Y porque, en el fondo, a todos nos une lo mismo, por un lado, como mamíferos, el deseo intrínseco como especie de contribuir a la evolución, y por el otro, como seres racionales, la voluntad cultural e intelectual de ser familia, esto es, de aportar nuestro granito de arena, de sembrar el amor incondicional y absoluto, de dejar huella, de sentir, de amar, de crecer y de explorar nuevas formas de ser más humanos y en definitiva más personas. ¿No os parece?…

Mamen Conte

Asesora Continuum  y UMUMA, la aventura de ser familia

 

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