Cómo ser una buena asesora de lactancia
Voy a proponerte un ejercicio para tu memoria: Intenta recordar tu época de estudiante. Piensa en algún profesor de esos que aún recuerdas. De los que conseguía que te apeteciera no faltar a sus clases, que consiguió despertarte pasión por una asignatura o un tema que quizás, a priori, no era de tu interés. ¿Lo tienes? Ahora piensa en qué tenía de especial con respecto a todos los demás. Seguramente has tenido en tu vida escolar decenas de profesores, pero sólo unos pocos dejan esa huella.
A lo largo de nuestra vida vamos conociendo muchas personas de las que aprendemos.
Aprendemos de lo que nos enseñan, de lo que no nos enseñan, pero sobre todo aprendemos mucho del cómo.
Aprendemos más de su aCtitud que de su aPtitud.
A estas alturas ya todo el mundo sabe que un buen asesor no es sólo aquél que tiene muchos conocimientos en su campo. Un buen asesor, es aquél que sabe transmitirlos de tal modo que cumpla su función. Que le sirva a la persona que le pregunta.
La semana pasada Elena López nos explicaba la importancia de saber asesorar en porteo, y yo hoy quiero hablaros de cómo ser una buena asesora de lactancia.
He empezado queriendo que recordéis a alguna persona que os inspiró en vuestra infancia y/o juventud, porque al final, esa es la meta. Algunas personas piensan que para ser una buena asesora de lactancia hay que saberse muy bien la teoría, conocer al dedillo los compuestos de la leche materna, saber distinguir patologías por los síntomas, ver frenillos y clasificarlos por grados, saberse todo lo relacionado con la fisiología de la lactancia… y es cierto. Todo eso hay que saberlo. Pero no basta.
En un campo como el de la lactancia, que es como siempre digo: multifactorial, complejo, en el que confluyen tantos aspectos a tener en cuenta y no sólo los físicos… es un campo como este no basta con saberse muy bien la teoría.
EL otro día relataba en un post para mi blog mi primera visita a una asesora de lactancia tras el parto.
Imaginad: madre primeriza, dolorida, asustada, preocupada… Mi bebé no había hecho pis ese día y a mí me dolía el pecho, tenía incluso una herida en la areola. En la clínica sólo supieron darme pezoneras y decirme que me pusiera crema hidratante en la herida ( sí, crema hidratante de la cara… sin comentarios). Afortunadamente yo sabía de la existencia de los grupos de apoyo y de las monitoras de lactancia ( como se llamaban en esa época en esta asociación en concreto). Así que el mismo día que salí de la clínica, sin poder apenas sentarme del dolor de la sutura de la episiotomía y las hemorroides, fuimos a buscar ayuda como quien va a Lourdes.
Para resumir la historia, decir que las palabras que me dedicó esta persona fueron literalmente:
-«Esto está muy mal. Este niño lleva mucho sin comer, seguramente le ha bajado la glucosa y la glucosa es el alimento del cerebro»
Si os digo que empecé a temblar… sólo acertaba a decir:
-«Pero ¿está bien? ¿le he causado daño cerebral a mi bebé? ¿Se va a poner bien? ¿Es irreversible?
Y todo eso mientras lloraba presa del pánico. Pánico como pocas veces en mi vida.
Me imaginaba siendo la causante de lesiones cerebrales en mi hijo. Y yo sólo había intentado ser la mejor madre del mundo, como todas. Quería un parto natural porque sabía que «era lo mejor». Dije que no le dieran biberones porque quería que tomara teta. Aguanté el dolor porque creía que es: lo que hay que hacer. Y en ese momento, con esa frase sólo me veía como una perfecta irresponsable que le había causado a su hijo poco menos que parálisis cerebral.
¿Creéis que es exagerado?
Si habéis sido madres y os habéis topado con este tipo de comentarios o similares en medio de una dificultad, sin duda sabéis que no es exagerado.
Una madre recién parida es básicamente una máquina de preocuparse. Biológicamente esto tiene todo el sentido, porque es lo que hace que sepamos si todo va bien, y si no, que hagamos algo para solucionarlo.
Por eso el trabajo de las asesoras de lactancia es tan delicado. Por eso no me cansaré de insistir en que no basta con saber, no basta con conocerse el Lawrence de memoria. Ni siquiera basta con acumular diplomas. Eso está bien, pero no basta.
Hay que reconocer que nuestra actitud, nuestro mensaje, nuestro lenguaje corporal, nuestro vocabulario, el tono, las miradas… todo ha de ir en consonancia con lo que queremos: TODO. Y lo que queremos no es demostrar cuánto sabemos y que sabemos arreglar cualquier problema que se nos presente.
Si esa es tu actitud, seguramente tendrás muchas batallitas que contar de lactancias salvadas y muchas madres dándote gracias cada vez que te ven. Como decía un sabio: «Ya tienes tu propio pago». Pero para mi la actitud adecuada, la que intento transmitir a mis alumnas es:
«Las asesoras de lactancia estamos para contribuir a que las madres consigan lactancias exitosas y placenteras»
- Y eso pasa por dar confianza, no por restarla.
- Eso pasa por mostrar cómo pueden hacerlo ellas y sus bebés, no sólo con hacérselo nosotras.
- Eso pasa por saber cuál es el problema, sí, y buscar soluciones, pero no ganamos nada con añadir culpa a la que ya traemos todas las madres de serie.
Para conseguir amamantar , y más cuando hay problemas, la madre necesita empoderarse y confiar en que ella puede. Y mostrarle cómo. Echar más leña a la hoguera de la sempiterna culpabilidad materna lo único que hace es ponérselo aún más difícil, sea cual sea la dificultad que tenga que vencer.
En mis casi 9 años como asesora de lactancia, he visto muchas cosas. Yo misma actuaba al principio de una forma que sólo el tiempo y el deseo de estar a la altura de la confianza que me otorgaban las madres han ayudado a pulir y mejorar.
Una buena asesora no aprende sólo de los libros y los cursos, aprende sobre todo de observar a las madres, a los bebés, y de replantearse siempre su propio trabajo, su propia actitud, sus propias formas de trabajar y sobre todo desde dónde lo hace.
No digo que a veces no seamos nosotras las responsables de haber «salvado» una lactancia… pero sólo en un sentido, y mucho más pequeño del que creemos, por eso odio esa expresión. Porque al final, quien está toma tras toma con el bebé en brazos, a pesar del sueño, luchando contra su miedo, con el dolor a veces, con la inseguridad, con el sentimiento de ser una mala madre y una incompetente, con las críticas y la falta de apoyo… esas son las madres, no nosotras. Las lactancias las salvan las madres y sus bebés.
Así que si eres una asesora de lactancia o te estás formando o quieres formarte en el futuro, pregúntate:
- ¿Tengo claro que debo trabajar mi aCtitud y no sólo mi aPtitud?
- ¿He resuelto mis propias «heridas» para no añadir esa carga emocional personal en mi trabajo con otras madres?
- ¿He entendido que mi trabajo nunca es juzgar a las madres y sus familias?
- ¿Soy crítica con mi propio trabajo para aprender de mis propios errores?
- ¿Soy humilde para aceptar aprender de quien en principio parece que no tiene nada que enseñarme?
Si has respondido que sí… felicidades… estás en el camino. <3