Tócame
Acaríciame
Abrázame
Masajeame
Cualquiera de estas palabras nos incitan a pensar en el placer, placer producido por un buen masaje, por tener contacto, por demostrar afecto mediante una caricia. O también en el placer como algo pecaminoso, prohibido.
Vivimos en la cultura de que hay que sufrir para conseguir algo, que hay que sudar la gota gorda para llegar a ser alguien, que el trabajo es una obligación, que el contacto cuanto menos mejor y del afecto no digo nada porque tenemos que ser duros, que la vida en sí es un sufrimiento y resignación, y tenemos esto tan grabado a fuego que nos olvidamos que merecemos cosas buenas y placenteras.
¿ A quién no le gustaría darse un masaje en este momento?,¿ Quién no disfrutaría de una hora embadurnándose en crema, aceites y dejándose llevar por uno de los placeres más antiguos del mundo?
Hay personas a las que no les gusta, son las menos y no me atrevo a aventurar cuál podría ser el origen de esa extrañeza. Pero de lo que si estoy segura es de que la gran mayoría diría que si.
De sobra es conocido que el contacto genera placer, que libera oxitocina, que relaja, libera tensión, descontractura y que es un gustazo darse un buen masaje.
Pero, ¿nos hemos fijado alguna vez conscientemente, en qué beneficios obtiene nuestro cuerpo y nuestra mente en un masaje relajante?
En el sistema neuroendocrino se produce el aumento de los niveles de varias hormonas:
- Suben los niveles de dopamina, por lo que aumenta la capacidad de atención, el estado de ánimo, la capacidad de concentración y también influye en la actividad motriz.
- Aumentan los niveles de serotonina, que modula los ciclos de sueño y vigilia.
- Aumentan los niveles de endorfinas, algunos les llaman moléculas de la felicidad, ayudan a mitigar el dolor, tanto físico como mental.
- Aumentan los niveles de la oxitocina, la hormona del amor. Cuando actúa esta hormona bajan los niveles de cortisól, que produce el efecto contrario, aumentando los niveles de estrés. El cortisól elevado está implicado en enfermedades inmunes, cefaleas, en la alteración del sueño y en el agotamiento continuo entre otras cosas.
Sentí una desconexión total de mi misma, mi cuerpo y mi mente eran dos partes separadas y a la vez conectadas.
Me dejé llevar y dejé sentir a mi cuerpo y afloraron tantos sentimientos que en un momento dado me liberé y lloré, algo se soltó en mi pecho que me sentí libre y tranquila.
Fue tanta la relajación, que llegué a sentir que no era yo la que estaba en la camilla, me veía desde fuera de mi cuerpo, era capaz de verme desde otra perspectiva, de saber quién soy y hacia donde voy. Este punto puede parecer algo místico, pero nada más lejos de la realidad, me subió tanto el nivel de dopamina que sentí una felicidad plena y gozosa, y mi mente pudo pensar con claridad algunos conflictos que tengo conmigo misma, y de ahí mi estado intuitivo.
Sentí mucho placer, placer del bueno, ese que dices: que rico ojalá que no se acabe nunca.
Salí de la consulta tranquila, feliz, plena, conectada conmigo, más yo que nunca.
Les invito a que vayan a darse un masaje por placer a menudo, les invito a que se los den a sus hijos desde el nacimiento, les invito a que no se priven del placer por placer, les invito a que:
Se toquen
Se acaricien
Se abracen
Se masajeen
Alba Nadales
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