Como la reina malvada de los cuentos yo también he encontrado un «espejito mágico», uno que no siempre refleja lo que yo quiero, aunque es muy fiel a la verdad.
Cada vez que miro a mi hija de 4 años me devuelve una imagen muy real de lo que soy y de lo que hago.
Nunca he sido de mirarme mucho al espejo, no necesitaba ver mi reflejo para conocerme y mi aspecto nunca ha sido taaaaan importante como perder horas con él.
Sin embargo ahora mi imagen me persigue hecha niña :
– Cuando ella se enfada y se calla, pero golpea algo, su silencio es profundo pero te mira y se va… como yo.
– Cuando su hermana hace algo que no le gusta, después de intentar que la deje tranquila varias veces le grita… como yo a ella tantas veces.
– Cuando quiere algo «ronronea» a tu alrededor, te busca silenciosa y te hace un poco «la pelota» antes de decírtelo… como yo.
– Cuando algo no le cuadra pone cara de extrañada y se calla hasta que lo analiza y encuentra una respuesta… como yo.
– Cuando no sabe muy bien que le pasa se pone seria y de mal humor… como yo.
– Cuando algo le interesa se eclipsa, se abstrae y ni oye si le hablas… como yo.
– Cuando esta feliz la cara le cambia y se le ve a la legua… como yo.
– … COMO YO.
En ocasiones es duro y difícil.
Te hace ver todo aquello de ti que no te gusta, te hace consciente de reacciones que no sabías que tenías, hace que te preguntes: «¿por qué hace esto?» y que encuentres la respuesta: «porque me ve a mi».
También es capaz de alegrar tus días y sacarte la sonrisa.
Cuando ves su dulzura, su intensidad, sus ganas de hacerlo bien por sus propios medios, esa manera sutil de ser cabezota. Y vuelves a preguntarte: «¿por qué hace esto?», «porque me ve a mi».
Ser consciente de esto te hace asumir una gran responsabilidad frente a tus hijos, cambia la forma en que ves la crianza.
Te han dicho una y mil veces que no importa lo que les digas a tus hijos, lo «sabes», pero no te lo crees del todo hasta que lo vives. Ellos te ven y hacen lo que tú, tus palabras pierden fuerza frente a tus actos:
No puedes decirles: «No grites» si se lo dices gritando.
No puedes decirles: «No se lanzan las cosas» si tú las lanzas cuando te enfadas.
No puedes decirles: «No te levantes de la mesa» si tú te levantas cinco veces en cada comida.
No puedes decirles: «No te distraigas» si tú miras el móvil cada 5 minutos sea lo que sea lo que estas haciendo.
No puedes decirles: «Mírame cuando me hablas» si cuando te esta contando algo levantas la vista de sus ojos para mirar la televisión.
No puedes decirles: «Es hora de comer» cuando tú comes un día a las 4 y otro a las 1.
Nos empeñamos en poner normas y enseñar a los niños rutinas que nosotros somos incapaces de cumplir.
Nos empeñamos en que aprendan a ser todo aquello que nosotros no somos.
Nos empeñamos en que hagan «bien» todo aquello que nosotros hacemos «mal».
Nos empeñamos en que sean todo aquello que nos gustaría ser, pero que no somos.
Dejemos a los niños ser libres.
Dejemos a los niños jugar como niños.
Dejemos a los niños ser como son.
Pero sobretodo dejemos que los niños aprendan cada día, respetando su personalidad, a ser las personas que serán como adultos dándoles el ejemplo adecuado, siendo conscientes de que aprenden de nosotros, mejorando cada día lo que somos, esforzándonos por ser cada día la mejor versión de nosotros mismos.
Tendremos aciertos y también fallos.
Enseñémosles a aceptarlos, enseñémoles que no existe la perfección más allá de aceptarnos como somos.
Enseñémosles que se puede fallar y avanzar.
Enseñémosles a apoyarse en las personas que merecen la pena, que no hace falta caminar solos.
Queriéndoles sin condiciones, con hechos y sin palabras vacías
Para educar a nuestros hijos quizás debamos dejar de ser TAN exigentes con ellos y empezar a ser más exigentes con nosotros mismos, sin culpas y sin agobios pero conscientes de que ahora nuestros actos son ejemplo para los más pequeños de la casa y es de ellos de donde realmente aprenden y no de lo que nos empeñamos en repetir una y otra vez de forma hueca.
Y tranquilos, si lo olvidamos nuestro espejo mágico estará ahí para recordarnos como somos y como actuamos con el reflejo más fiel y más real, el que nos devuelve nuestra imagen al natural y sin filtros, y cargada de infinito amor y paciencia.
Gracias a mis dos hijas que me enseñan cada día cosas nuevas y me crean la necesidad de ser un poco mejor para poder ser el mejor ejemplo y me enfrentan a lo que no quiero mirar de mi para poder cambiarlo.
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Manuela Casado
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