Son las dos de tarde, estoy con mi hija en brazos, lleva más de 40 minutos en mi pecho, yo aún en pijamas, con un vacío en el estómago porque no he comido nada desde el desayuno y ese vacío aumenta cuando pienso que estaré sola todo el día con mi pequeña, que a ratos llora y no sé por qué y no puedo calmarla, siento temor y tengo ganas de salir corriendo.
Mi esposo llega muy tarde todos los días, mis padres vienen poco a vernos porque trabajan mucho y ni pensar en mis amigos, desaparecieron apenas supieron que estaba gestando, como si me hubiera convertido en un extraterrestre o contrajera una enfermedad contagiosa.
Que recuerdos me trae relatar lo anterior, me sitúa 4 años atrás y viene a mí la misma sensación de soledad y de miles de preguntas sin respuestas o con respuesta googleadas cargadas de creencias y mitos muchas veces aterradores.
Pero pronto llega una sensación de calma, ya que esa misma maternidad en soledad me llevó al porteo y este me llevó a la autonomía, que locura hablar de autonomía siendo madre y con casi 30 años, pero si, dependía casi en un 100% de mi esposo u otra compañía para realizar cosas básicas, como comer algo o ducharme. Mi hija mayor estaba en brazos casi todo el día, sólo cuando iba al baño nos alejábamos un par de minutos, su padre o abuelos tenían que estar cerca, que ella por lo menos escuchara mi voz o me viera a través de la cortina.
Fue entonces que con ese «simple trozo de tela», podía ir donde quisiera, hacer mi comida, comer, leer un libro, ir al baño, hablar por teléfono, pasear, ir a comprar, ir al médico, bailar y hasta ducharme junto a mi pequeña.
Pero a pesar de ya tener independencia y poder moverme donde quisiera esas miles de preguntas aún estaban allí atormentando, esperando una respuesta.
Esa misma soledad que me llevó al porteo, el cual me devolvió mi autonomía y ella finalmente a emprender, donde se abrió un mundo nuevo, un mundo amoroso, lleno de mujeres y bebés, que se encontraban en la misma situación, desde esa lugar me di cuenta que era lo que me faltaba y eso era una tribu, compañía, eran mujeres y sus historias cada una distinta, pero a la vez muy parecida a la mía, así que me decidí y forme junto a una amiga una tribu maternal, que nos llevó a conocernos aún más y agrandar ese círculo de contención y mirarnos a los ojos, abrazarnos, danzar y hablar por horas de tetas, de telas, de comidas, de sueño, de ojeras, de problemas, de felicidades, de todo, esa tribu me entrego las respuestas que buscaba, respuestas amorosas, consejos sabios y escucha activa.
Si sientes que maternas en soledad, te invito a buscar tu tribu.
Hay muchas madres tu misma situación, desveladas, con su casa desordenada, ropa sucia por todos lados, libros sin leer, deseando que su post natal no termine nunca, angustiadas porque sienten que ya no tienen leche, que les han dicho que deben destetar porque ya tiene 6 meses y con muchas otras dudas, pero por sobretodo amando intensamente, descubriendo ese amor profundo, que sólo esos ojos que nos miran con tanta inocencia nos puede enseñar.
Existen tribus virtuales, muchos grupos en internet, que te ayudarán a resolver dudas y desde tu hogar reír y sentirte acompañada, pero también hay instancias para vivir esos momentos en persona, talleres, charlas, grupos de apoyo a la lactancia, grupos de danza mamá y bebé, muchos espacios esperando tu presencia, pero si por tu ciudad no hay este tipo de espacios, anímate y forma tu propia tribu, no necesitas ser especialista en algún tema de maternidad, ya te estás formando con tus mejores maestros, tus hijos, sólo necesitas las ganas y tener claro tu objetivo:
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