por Carolina Sanchez | 13,Abr, 2016 | Maternidad
Las mujeres de por si tenemos la costumbre, normalmente, de cargar con toda o casi toda la responsabilidad. El trabajo, la casa, los hijos… No es que nuestra pareja (si la hay) no colabore, es que el grado de responsabilidad no suele ser la misma.
Desde niñas nos han enseñado, ya sea de una forma más o menos sutil, a no molestar, a no pedir, a que no somos dueñas de nuestro cuerpo, a estar para el otro, a agradar.
La sociedad se encarga también de transmitirnos que tenemos que poder con todo para ser supermujeres, supermamás, superexitosastrabajadoras, supereducadas.
Tenemos que demostrar que valemos, que podemos con todo.
Y la culpa. Ay la culpa. Nuestra eterna acompañante.
Si no llegamos a todo es culpa nuestra. Si al otro le molestan nuestras palabras o nuestras quejas es culpa nuestra. Si nuestro parto o lactancia no es el que deseamos es culpa nuestra porque no sabemos y nuestro cuerpo no funciona. Si nos agobiamos es culpa nuestra, porque no somos capaces de poder con todo.
Pero es que no tenemos ni debemos que poder con todo. Si vivimos en pareja la responsabilidad debería ser compartida. Pero por desgracias no nos han educado igual.
Por otro lado vivimos aislados unos de otros. Estamos solos. Y nos sentimos solas. Cuantas madres se ven solas y superadas en la crianza de sus hijos.
La maternidad debería ser compartida y vivida con alegría, en comunidad, en tribu.
Estoy cansada de la pregunta de ¿y no trabajas?, cuando nos quedamos en casa al cuidado de nuestro hijos. Como si el cuidado de una persona fuese cualquier cosa. Como si estar en casa cuidando de nuestros hijos implicase no hacer nada.
El cuidado de una persona en pleno desarrollo es el trabajo que mayores conocimientos, responsabilidad, cualidades y tiempo requiere.
Claro, no estoy hablando de dejar a nuestros hijos en su cunita llorando hasta que aprendan a consolarse solos (cosa que no es tal y que además tiene sus consecuencia). Ni tampoco hablo de dejarles enchufados a la tele constantemente. Hablo de presencia para con nuestros hijos.
Mis hijas no me molestan, me molesta quien se cree con derecho a decirme que estarían mejor en una guardería, que qué bien vivo (dando por hecho que no hago nada), o que me estoy centrando demasiado en mi maternidad.
Señores, mis hijas no van a volver a ser niñas. Si no disfruto ahora de ellas y su crianza, ¿cuándo lo haré? Cada etapa tiene su tiempo. Y con mi vida hago lo que me place.
Por otro lado, si mi pareja es quien trabaja fuera, y yo quien se queda en casa cuidando de mis hijas, esto no es sinónimo de encargarme yo de todo lo concerniente de la casa. Ambos estamos desempeñando un trabajo, aunque el mío no sea remunerado.
Si resulta que además de cuidar a mis hijas llevo un emprendimiento, me cuesta aún más entender esos comentarios de desdén ante quienes decidimos hacer las cosas de otra manera.
Pensando en detallar todo lo que hago como madre seguro que habrá quien me tache de intrusismo. Soy cuidadora, proveedora de alimento, enfermera, asesora, psicóloga, payasa, cuentacuentos, monitora de ocio y tiempo libre, cocinera, limpiadora, profesora, chofer… Seguro que se te ocurren muchas más cosas.
Pero además de todo esto, y de mi trabajo, está para mí lo más cansado y que a veces más nos agota. Porque no sólo estamos agotadas físicamente, sino también mentalmente.
Todo lo que tiene que ver con la gestión y organización depende casi siempre de nosotras. Menús, citas, compras, colegio, llamadas, pediatra… Eso sin contar con la gestión y organización si eres emprendedora.
Descarguemos nuestra carga.
Porque no siempre todo es responsabilidad nuestra.
Porque tenemos que aprender a delegar.
Porque la crianza y la maternidad necesita de tribu.
Carolina Sánchez
http://SoniandoDuendes.com
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por Iria de Arkhé | 22,Mar, 2016 | Maternidad
Nada de lo que te digan te prepara para el posparto.
Aún así, sigamos intentándolo. Sigamos diciéndoles a las que vienen detrás que, seguramente, se recuperarán antes de un parto no intervenido, que meter al bebé en cama con ellas les dará alguna hora de sueño más, que el contacto constante con su bebé hará que se entiendan y que todo fluya…
Hoy vengo con unas ideas mucho menos transcendentales. Traigo unos truquillos de los que se descubren con la necesidad. De esos que todas tenemos. A lo mejor solo resultan prácticos para mí y desde luego que no pretendo aconsejar que nadie haga las mismas chorradas que yo, pero por si a alguien le sirven ¡ahí os los dejo!
TRUQUILLO 1.
Yo creía que el truco de botar en la pelota de Pilates para calmar al bebé era de sobras conocido pero el otro día hablé con unos papás ¡que no lo sabían! Cuando lo probaron quedaron alucinados, así que lo nombro por si queda más gente que no se ha enterado… Ah, ¿sabéis que también puede funcionar si ponemos la pelota entre nuestra espalda y la pared? Por cambiar un poco de postura, más que nada…
Otros recursos: mirar por la ventana, caminar, bailar… Pero, atención, el baile que mejor me funciona a mí es a ritmo de la banda sonora Dirty Dancing; cuanto más guarro el movimiento, mejor. Si tienes energía ese día, hazlo al límite de la dislocación. Yo creo que funciona tan bien por la combinación del balanceo con el sube y baja. A mi hija la deja seca. Otro truco menos conocido es meterse debajo de la campana extractora. “¡¡¡Campaaaaaana y se acabó!!!!” le llamamos en casa, por su tremenda eficacia. Si sois muy jóvenes me temo no entenderéis este chascarrillo… Y, al final, hagas lo que hagas, con el niño a la teta, por supesto.
TRUQUILLO 2.
Este truco puede herir sensibilidades. Así que, por si le puedo ahorrar el cabreo alguien:
• Por supuesto que todo el mundo tiene que ganarse la vida, a veces en puestos que nos generan a los demás muy pocas simpatías, pero esas personas no tienen la culpa.
• Por supuesto que las ONGs merecen todo el respeto y la admiración del mundo y necesitan que muchos nos hagamos socios.
• Por supuesto que es vergonzoso que haya tanta gente en nuestro país sin recursos que tenga que recurrir a pedir en la calle.
Dicho esto: cuando vayas paseando y veas ya a lo lejos que te va a abordar alguien con “¿tienes un minutito para una encuesta?” o “¿te apetece hacerte socio?”; cuando estés en una cafetería o en el metro y no te apetezca que te vendan un mechero o ni si quiera que te hablen: sácate una teta. Así, sin más. Sácate una teta para dar de mamar, pero sin mucha prisa en ponerte al bebé… No hay fallo, nadie se acerca a hacerle una encuesta a una tía que tiene una teta de fuera.
TRUQUILLO 3.
Los bebés de pocos meses solo necesitan dos cosas: el cuerpo de mamá (con todo lo que eso implica: comida, calor, protección, etc) y un poquito de suelo. Y de uno a otro deben bailar, de los brazos al suelo y del suelo a los brazos. Pero está complicado porque no en todas las habitaciones de la casa es fácil dejar al bebé en el suelo. Al final la gente opta por meter al bebé en una hamaca y la pasea al baño, a la cocina… Pero eso no es lo más beneficioso para el desarrollo motor del bebé. Nuestra solución: hemos cortado en tres una colchoneta de yoga algo gordita y hemos puesto un trozo en la cocina, uno en el baño y otro en la habitación donde está el cambiador y la ropa de la peque. El trozo de colchoneta tendrá que crecer en cuanto aprenda a girarse.
En el salón tenemos puesto de manera permanente un suelo de puzle, pero cuando nos movemos por la casa (y la niña no va porteada) ya solo la trasladamos a ella, no vamos arrastrando por ahí una hamaca ni una manta de actividades.
Al llegar al baño, dejas al bebé en la colchonetita que está en el suelo y te sientas a mear tranquilamente. Tranquilamente…, bueno, mientras le miras y le haces “gugu tata, ahora te cojo cariño, es un momentito”.
TRUQUILLO 4.
Encontrar un sujetador de lactancia a nuestro gusto es toda una aventura. Yo no quise comprar ninguno por adelantado, porque no sabía que talla comprar. Quién sabe cómo se te van a poner las tetas cuando suba la leche, y quién sabe cuánto van a bajar después, si es que bajan…
Fue en las primeras semanas, cuando apenas salía a la calle, siempre medio desnuda, con las tetas de fuera goteando leche por toda la casa… cuando descubrí por casualidad que el mejor sujetador de lactancia es un bikini de triangulo. “Sujetador de cortinilla”, le llamo.
La verdad es que no tenía sujetador que ponerme porque, como os dije, no quise comprar hasta ver de qué tamaño se me quedaban las tetas, pero tampoco me podía poner los de siempre (ni por tamaño ni por comodidad para dar el pecho a la niña). Así que rebuscando por los cajones en plan “¿qué demonios me pongo para no empaparme yo, ni a la niña, ni dejar regueros por el pasillo?”, apareció un bikini… Es muy cómodo, se “abre” con una mano, no aprieta, es rápido, si se moja de leche seca pronto…
¿Nos cuentas tú ahora cuáles son truquillos para el día a día con un recién nacido? ¿Tienes un secreto para eliminar las ojeras?, ¿un truco infalible para sacar las manchas de caca?, ¿una canción mágica que te salva la vida? ¡Contribuye, todas lo necesitamos!
Y, sobre todo, no os olvidéis de decirles a las siguientes que miren a los ojos a su bebé, que lo acaricien, que le hablen y lo escuchen, que lo lleven con ellas y compartan con él cada momento del día.
por Alba Nadales | 10,Feb, 2016 | Crianza
Cuando era pequeña mi abuela me llevó a una reunión religiosa, no recuerdo de que confesión. Sé que había un predicador que decía algo sobre que había un Dios que todos recordaríamos hasta los confines de la humanidad.
Que la gran mayoría de las personas pasariamos sin pena ni gloria por el mundo y que sólo ese Dios sería recordado. Entonces empezó a hablar de los Beatles, un grupo de moda en esa época, diciendo que dentro de unos años nadie sabría ni el nombre del cantante.
Y para demostrar que estaba en lo cierto, de entre toda la gente que había allí se dirigió a mí (una niña de unos ocho años), y me preguntó:
– ¿Sabes tú cómo se llama el cantante de los Beatles?
Tenía todas las papeletas para no saber el nombre, sólo era una niña. ¿Por qué no le preguntó a algún adulto?. Lo que no sabía ese tipo tan listo es que crecí escuchando «Imagine», «Yellow Submarine» y «Let it Be»… aún así ¿adivinan mi respuesta?….
-«..no lo sé…»
Con el corazón a mil por hora, luchando conmigo misma por mentir, pero, ¿cómo iba a desmontarle el chiringuito al tipo ese que estaba subido en un pedestal? Para mí representaba la autoridad, ¿cómo iba a llevarle la contraría?. Me sentí con la responsabilidad de respaldarle.
Pero,¿ y qué pasaba con esa niña de ocho años que mintió por no hacer sentir mal a un adulto?.
¿Importa cómo se sienten los niños en este mundo preparado para adultos?
En estos días está volviendo a circular un post que escribí el año pasado: Mamá no quiero ir al cole, ¡¡¡pero nunca más!!!, en el que invito a reflexionar sobre qué sienten los niños en los períodos de adaptación y sobre cómo mis hijos no se adaptaron y nos lo hicieron saber.
Estoy recibiendo muchos comentarios en los que se identifican con nuestra situación y cómo siguen recibiendo mensajes de la sociedad afirmando que los niños son unos mimosos y que nos manipulan.
Y no, no manipulan, es que saben pedir lo que necesitan insistentemente. Lloran cuando son pequeños porque no tienen las herramientas necesarias para expresarse, su cerebro aún está desarrollándose, somos los adultos los que los manipulamos para que se adapten a nuestro mundo.
Ellos son los más débiles, ellos necesitan que los escuchemos, que les pongamos voz, que los defendamos, que los protejamos, que sientan la seguridad de que si tienen un problema van a venir a contárnoslo porque desde siempre se les ha tenido en cuenta.
¿Por qué tienen que ser los niños los responsables de los estados emocionales de los adultos?.
No quiero que mis hijos sean buenos, ni dóciles, quiero que sean ellos mismos, y que sean felices.
Y al pastor que le preguntó a aquella niña más preocupada de no llevar la contraria y de ser buena le digo:
Es Jonh Lennon, ¿ qué te crees que porque soy una niña no lo voy a saber? A ver qué argumento te buscas ahora listillo.
por admin | 4,Nov, 2015 | Contacto
Este fin de semana estuve en una formación de monitoras sobre masaje infantil. Y vengo a compartirte hoy la importancia de esos momentos tan íntimos que podéis tener tu bebé y tú.
Existe una técnica, que desarrolló Vimala McClure, que mediante unos movimientos de masaje favorecen el contacto nutritivo. Es una experiencia bonita y si tienes opción y conoces alguna monitora de masaje infantil cercana para poder hacer el curso, seguro que te gustará.
- El tacto es un elemento que ayuda a formar vínculos. Y esto es sumamente interesante cuando hablamos de partos tan intervenidos que a veces parece que “eso que nos tenía que nacer” no florece de forma espontánea. No es raro escuchar a alguna mamá que te cuente que miraba a su bebé como si no lo reconociera. Y es muy difícil aceptar ese momento, pero tenemos en nuestras manos una gran herramienta para poder volver a ese centro que tanto necesitamos como mamá y bebé.
- El tacto es el primer sentido que se desarrolla dentro del útero y el último en dejarnos. Los bebés necesitan ser tocados, y bueno… los adultos también: ¿quién no sale con mejor humor después de un masaje? 😉 . Durante el masaje, sepas o no la forma de hacerlo, con el sólo hecho de acariciar a tu bebé, de tener contacto visual, de cantarle, de hablarle, estás fomentando un vínculo que cada vez es más fuerte y que, además, te ayuda a entenderle mejor.
- Mediante el tacto, conocemos mejor a nuestro bebé, como madre o padre aprendemos a responder mejor a sus necesidades. Liberamos hormonas de bienestar y es una herramienta maravillosa que se puede compartir en familia. Los padres, que a veces se sienten un poco desplazados por la nueva situación familiar, encuentran con el masaje una excelente forma para fomentar el vínculo con su bebé.
He podido vivenciar en primera persona cómo se acercan una madre y un padre con esta consciencia hacia sus bebés y es realmente muy bonito de ver y sentir, por qué no. Nos han regalado unos bonitos momentos este fin de semana. A mí, personalmente, esa mirada de conexión que hay entre mamá y bebé, ese entendimiento que surge entre ellos es algo que me provoca una serenidad que, como muchas hemos sentido en primera persona, no puedes casi ni explicar.
Fomentemos el tacto, masajear a nuestros bebés, el piel con piel, la cercanía, el olor, el calor de mamá, de papá de los hermanos y hermanas… y facilitemos esa hermosa visión de ver crecer a niños más felices.
por admin | 29,Oct, 2015 | Crianza
La ira es una de las seis emociones básicas que existen: alegría, tristeza, asco, miedo, sorpresa e ira.
Cuando una persona, ya sea niño o adulto, se comporta de una determinada manera, nos preguntamos qué pensamiento o emoción le ha llevado a eso, porque una acción no aparece de la nada. Otra cosa será que la persona no sepa identificar qué ha sentido para reaccionar como lo ha hecho.
En el caso de los niños es aún más complejo, puesto que ellos tienen que aprender a reconocer esas emociones primero, y a actuar y transmitirlas de forma adecuada cuando las sienten, y para eso hay que ayudarles un poco.
Un niño que se siente feliz sonríe, un niño que está triste llora, un niño enfadado se enrabieta. Los niños aprenden poco a poco el significado de lo que sienten, aprenden poco a poco a controlar sus emociones: muchas veces les enseñamos qué es el cariño y cómo expresarlo, con gestos tan bonitos como dar abrazos o besos, pero tendemos a dejar de lado las emociones que no nos parecen tan buenas y eso hay que intentar evitarlo.
Tenemos que ayudarles a controlar esa emoción también. Lo necesitan.
Una emoción no es positiva o negativa.
Estar triste o enfadado no es malo, simplemente no nos gusta sentirnos así y por eso lo rechazamos, pero son emociones que nos ayudan a desarrollarnos como personas y no debemos eliminarlas. Por ejemplo cuando perdemos algo o a alguien querido nos sentimos tristes, es la respuesta natural y no se debe negar, rechazar u ocultar.
Y si se comete una injusticia con nosotros nos enfadamos, y es lógico y normal hacerlo. Los niños lo hacen exactamente igual y por eso tenemos que ayudarles y no enfadarnos aún más con ellos, tenemos que centrar nuestra atención en ayudar a gestionar su ira y de esta forma ellos poco a poco lo harán solos.
El problema no es el sentimiento, sino lo que hacemos con él,
y esa diferencia es lo que debemos transmitir a nuestros hijos. Cuando un adulto tiene un conflicto con otro, suele disponer de varias alternativas para ayudar a gestionar esa ira: vocabulario y capacidad de dialogo, saber que le ocurre y porqué, capacidad de buscar soluciones…
Sin embargo, un niño pequeño no posee ninguna de estas habilidades, empezando porque no entiende el sentimiento. Sólo sabe que, ante una situación tiene una necesidad de actuar, de soltar toda la energía que se le ha acumulado de pronto y que le lleva a estar tan enfadado.
Debemos dejarle bien claro a nuestros hijos que por ejemplo pegar no es la conducta apropiada cuando uno se enfada. Y siempre, acompañando el NO con un ejemplo de lo que SÍ. Si le decimos a un niño que no debe pegar cuando se enfade, no le estamos dando solución, sólo limitando sus posibilidades. Los niños pequeños necesitan que les demos pautas de actuación para entender bien lo que deben hacer: ‘No se tira la comida al suelo, si no quieres más sólo ponla en un ladito del plato o de la mesa’
Además, podemos hacerles ver qué emoción es la que están sintiendo: ‘ Ahora estás un poco enfadado pero no te preocupes que pronto se te pasará’; de esta forma cada vez les resultará más sencillo reconocer la emoción y recordar qué deben hacer cuando se sienten así.
Una vez reconocen su ira y enfado puede ser que lo manifiesten (siempre teniendo en cuenta la edad del niño claro): «Estoy enfadado por esto / esto me ha enfadado /me ha molestado que hicieras eso». Compartir esa información ayuda, ya que normalmente los niños se enrabientan para mostrar su ira o enfado, por lo que decir lo que sienten es una forma muy directa de que los demás sepan que está ocurriendo.
Puede que incluso así no se le pase el enfado. Está bien, no pasa nada y no os alarméis, dejemos que pasen su proceso de enfado y “desenfado” a su ritmo, preguntándoles cada cierto tiempo si quieren incorporarse al juego, charla o actividad o si quieren hacer algo.
Al final podemos concluir que solo debemos acompañar a nuestros hijos en sus procesos ya sean más o menos agradables y entre ellos y nosotros descubrir los placeres de la crianza.