Sin duda alguna ser madre es mi mejor profesión. Desde que tengo uso de razón he querido tener hijos, siempre he tenido instinto maternal, es mi más fiel compañero de viaje. Creí que al ser madre se iría, pero al contrario, aquí sigue conmigo, y con más intensidad que nunca.
Me encantaría tener más hijos, ser familia numerosa como las de antes, tener la casa llena de niños, con sus risas, sus llantos, sus juegos, sus peleas de hermanos, sus abrazos.
Pueden pensar que estoy loca, tal y como está la vida, con la de trabajo que dan, es con un solo hijo y no es posible darle todo lo que uno querría, con dos ni te cuento, con tres… ufff imposible y ya con cuatro es de no estar bien de la azotea.
Y si, puede que tengan razón, pero para sus vidas, cada cual tiene sus circunstancias, sus vivencias. Y no digo que sea fácil, porque ser madre no lo es, porque hay momentos que me siento tan desbordada que no puedo más, porque hay días en los que no tengo fuerzas o ánimo y todo me supera, y porque también renunciamos a muchas cosas para tener otras, como dice Nohemí Hervada en este post: Las renuncias de las madres
A pesar de tener que renunciar a otras cosas, ser madre me llena en muchos aspectos de mi vida:
Me llena ver como mis hijos disfrutan de las pequeñas cosas, prefieren jugar con una caja de cartón antes que con el juguete más caro.
Me llena como se sorprenden al ver caer la lluvia.
Me llena su inocencia.
Me llenan sus conversaciones antes de dormirse.
Me llenan sus sonrisas, sus carcajadas.
Me llena la intensidad con la que viven todo.
Me llenan sus pillerías.
Me llenan sus abrazos.
Me llenan sus miradas.
Me llena su sabiduría.
Me llenan sus juegos.
Me llenan sus cuentos inventados.
Me llena la ilusión y la emoción que sienten al ir a buscar unicornios.
Me llena ver cómo se relacionan con los demás.
Me llena oirles decir que cuando sean mayores van a vivir juntos con sus mujeres y con un millón de hijos!!!, jajjaj , esto me llena muchísimo.
Me llena ver como crecen.
Me llena ver como son capaces de dar la solución más simple y lógica a la situación más complicada, sino me creen vean este video:
https://www.youtube.com/watch?v=uSNortxbqi0
Ser madre es mi mejor profesiónporque es lo que me apasiona.
Ser madre es mi mejor profesiónporque me hace sentir mejor persona.
Ser madre es mi mejor profesión porque cada día aprendo algo nuevo.
Ser madre es mi mejor profesión porque me sale de las entrañas.
Soy la hermana mayor de una familia numerosa. Y soy la mayor de toda una legión de primos, por ambas partes. Me pasé toda mi infancia oyendo frases como esa.
A los hermanos mayores nos otorgan un papel en la dinámica familiar que condicionará toda nuestra vida. Muchos rasgos de carácter vienen influenciados por el lugar que se ocupa dentro del orden de nacimientos en la familia. Mucho se ha escrito sobre ello desde la aparición de laBirth order theory (Teoría del orden de nacimiento).
Según Frank J. Sulloway, del Instituto de Investigación Social y de la Personalidad de la Universidad de Berkeley (California, EE UU):
«El entorno explica al menos el 50% de las variaciones en la personalidad, como sabemos gracias a los estudios en genética del comportamiento, así que también influye bastante en el desarrollo de las diferencias. El orden de nacimiento conforma la personalidad y el comportamiento mediante mecanismos biológicos, psicológicos, sociales y antropológicos»
Tiene todo el sentido por varios factores:
Los primogénitos llegan a un hogar sin experiencia previa en el rol de padres
Son los recipientes de todas las expectativas irreales sobre la m/paternidad
Pagan el precio de ser cuidados por adultos que desconocen cómo son y qué necesitan de verdad los bebés y niños
Generalmente con ellos los padres aprendemos «sobre la marcha», y muchas veces entre lágrimas, la diferencia entre lo que debe ser y lo que es.
El tiempo que se les dedica no se comparte con hermanos, disfrutan de más tiempo en exclusiva con su madre (y/o padre) del que tendrán sus hermanos.
Cuando llegan hermanos se les asigna, en mayor o menor medida, el rol de cuidador, modelo, ejemplo …
Crecen «de golpe» a nuestros ojos sencillamente porque llega un bebé, comparado con el cual, el primogénito parece ahora muy mayor.
Pasan de ser criados en solitario a sentir «la comparación» constante. Lo que antes funcionaba ahora no es válido: «Ahora eres el mayor, ya no te puedo llevar en brazos»
Reciben del entorno mensajes contradictorios sobre el bebé que llega. A veces para evitar «celos» oyen cosas como : «Mira el bebé qué tonto es que no sabe hablar y se hace pis encima, pero tú no, tú ya eres mayor»
Estos y otros factores personales, familiares, culturales y sociales influyen para que nuestros hijos mayores, a veces, en vez de disfrutar de la llegada de los futuros compañeros de vida, juegos y aprendizaje, se sientan desconcertados, solos, perdidos, frustrados, enojados y empujados hacia adelante a un camino para el cual no estaban preparados.
«Todas las familias felices se parecen, sólo las infelices lo son cada una a su modo»
Tolstoi -«Anna Karénina»
Cómo hacer más llevadera la situación de ser «el hermano mayor»
Lo primero es reconocer que siguen siendo niños. Que como todo cambio introducido dese fuera, va a requerir un tiempo de ajuste. No es fácil adaptarse a cambios tan bruscos, y este posiblemente sea uno de los que más les afecte en su corta vida. Ponernos en su lugar y reconocerles el derecho a enfadarse por ello es lo primero. Pretender que siempre van a comportarse según la imagen idílica de amor fraternal suele ser una utopía.
Por supuesto que aman a sus hermanos, pero en ocasiones el resto de emociones negativas asociadas a esa llegada podrá más que el cariño. Sobre todo porque el cariño cree con el roce, y sobre todo en los niños, no es algo intelectual. No van a querer al bebé porque sí, porque «es tu hermano/a». Le querrán a medida que se vinculen con él. Cuando lo sientan así, no cuando les impongamos que ha de ser así.
Si se ha compartido con ellos el embarazo, si han visto ecografías, si les hemos ido explicando cómo crece, cómo se mueve… si para ellos tiene entidad, el vínculo ya comenzó a crearse. Pero va a requerir de tiempo y contacto para que crezca y se desarrolle.
Mientras tanto, lo que van a percibir es el enamoramiento colectivo de todo su entorno hacia otro ser que no son ellos. No hará falta hablar, dará igual que la abuela luego les diga que él es más guapo, ellos se dan cuenta de que ahora hay una especie de agujero negro de luz que atrae las miradas, las sonrisas y el amor. Requiere tiempo aprender que el amor que se da a otro no es a costa del que nos dan a nosotros. Esa lección de vida aún hoy muchos adultos no la tienen clara, no exijamos a nuestros hijos la madurez que a veces nos falta a nosotros.
En una ocasión un hijo mayor estaba de compras con su madre y su hermana pequeña. Al cabo de un rato de cruzarse con extraños que sonreían y saludaban a la pequeña, que le alababan lo preciosa y simpática que era , el niño le dijo a su madre:
-«Mamá, ¿soy invisible?»
Así se sienten nuestros hijos mayores muchas veces: invisibles.
De ahí que el rol que suelen asumir, impulsado por la propia familia y sociedad, sea el de «cuidador»: Si todo el mundo mira al pequeño y yo cuido al pequeño me mirarán también a mí.
Por supuesto es mucho más complejo que todo esto, pero este escrito va para todos los padres, para quienes criamos hijos mayores y medianos y pequeños. Para que seamos conscientes de que no podemos ni debemos criar a todos nuestro hijos de la misma forma, es imposible y sería injusto. Pero sí debemos hacer lo posible por empatizar con las emociones que sienten, todas ellas, respetar su derecho a estar molestos sin catalogarlo de «celos» o «envidia».
Demonizando lo que sienten, que no es sino necesidad de reafirmarles que les queremos aunque ya no sean los bebés adorables de hace años, aunque ahora sean esos niños permanentemente malhumorados, que parecen no estar nunca satisfechos con nada, enfadados con nosotros y con el mundo… demonizando todo eso no les ayudamos a gestionarlo.
Hagámosles sentir que a pesar de todo eso que sienten y que a veces nos desborda y nos sobrepasa, les amamos. Y sabemos que ellos nos aman. Y aman a sus hermanos, y aún les amarán más.
Y ahora os hablo como hermana mayor y no como madre:
Lanzar a un hijo por muy mayor que sea, el mensaje de que ahora es él el cuidador del siguiente hijo les deja en cierto sentido huérfanos. Lo que cree cuando le colocamos en esa situación es que si puede cuidar de otro es porque puede cuidar de sí mismo sin nuestra ayuda, y no es así. Nuestros hijos tienen que sentir que aún son niños, que nosotros seguimos siendo sus cuidadores, que seguimos siendo incondicionales, con o sin hermanos.
Aumentar su responsabilidad dentro de la dinámica familiar y respetar su creciente autonomía es una cosa, imponerle un rol que no es el suyo es otra bien diferente.
Porque luego pasa lo que pasa… como podéis ver en este vídeo. Cuando además del rol por orden de nacimiento se da la circunstancia de la diferencia de género, podemos, sin querer, alimentar estos patrones tóxicos desde la infancia.
Dejemos a nuestros hijos ser eso: hijos. No son padres sustitutos chiquititos.
Criemos para que no asuman que son los directores de la vida de sus hermanos, sino compañeros de viaje en el más amplio sentido de la palabra.
Soy una de esas mujeres a las que la maternidad le ha cambiado la vida en todos los sentidos. Mi bebé, tan preciosa, tan chiquitita, tan demandante de brazos y teta, tan impaciente siempre en sus necesidades, tan deseosa de piel, tan pequeñita pero al mismo tiempo de una grandeza sin límites, me vino a enseñar todo lo relativo no sólo a su mundo sino también al mío.
Sin haber estado previamente en contacto con bebés, la llegada de mi propio bebé me obligó a aprender cómo ocuparme de ella a marchas forzadas. Y ocuparme de mi pequeña no sólo significaba que estuviese alimentada, abrigada y limpia, sino que iba más allá, mucho más allá.
Lo hice de forma instintiva, no por ello exenta de dudas. Habiéndome sumergido de lleno en mi puerperio, sin apenas tampoco saber lo que eso significaba, me dejé llevar y me di cuenta de que saber interpretar las necesidades de mi bebé era mucho más fácil de lo que imaginaba.
Sólo tenía que pararme y escuchar a mi pequeña, sin prestarle atención a los miles de consejos no pedidos.
Entonces todo fluía de una manera casi mística.
No digo con esto que todo fuese fácil y sencillo. Esos primeros meses luchando por conseguir nuestra deseada lactancia, las dudas, el llanto “sin motivo” aparente y las “malas” noches, fueros sin duda otro de los muchos aprendizajes que me esperaban.
Sentía (y así lo sigo sintiendo) a mi niña más sabia que a cualquiera de todos esos adultos que decían que no se enteraba de nada, por ser tan pequeña.
Mi bebé sabía perfectamente qué necesitaba y cuando lo necesitaba, yo sólo tenía que mirarla de verdad para darme cuenta.
No todos los adultos, por no decir que muy pocos, sabemos reconocer nuestras verdaderas necesidades.
La niña que fui
Otra cosa que mi hija me ha venido a enseñar, cosa que ya intuía pero que nunca había tocado tan de cerca, es mi relación con mi niñez y por tanto con toda mi vida adulta.
No es siempre fácil asomarse a esa puerta que se abre hacia tu interior, y que lo hace al mismo tiempo que tu hija se abre paso a la vida.
Pero personalmente creo que es necesario mirar cara a cara a nuestra niña interior, asustada y temerosa. Es una manera de sanar heridas y ser consciente, para no repetir con mi hija las conductas que me dañaron siendo yo niña.
Mi hija me ha enseñado…
… que siempre se puede querer más aún
… que los bebés reales nada tienen que ver con los que salen en televisión
… que los niños son los más sabios y de quienes deberíamos tomar ejemplo en muchos aspectos
… que obligar y tratar de enseñar a través del miedo, nunca lleva a integrar el aprendizaje deseado, sino sólo a la desconfianza, la resignación y al resentimiento
… que observar y escuchar es la mejor manera de aprender
… que cada vivencia con nuestros hijos sólo la vivimos una vez y hay que aprovechar cada momento en la vida
… a valorar tanto mi intuición como a la niña que llevo dentro
… que debemos plantearnos nuestras creencias preconcebidas y ponerlas en duda
… que las cosas se pueden hacer de muchas maneras distintas, y ninguna tiene por qué ser mejor o peor
… que una infancia respetada y feliz deviene en adultos respetuosos y felices.
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