Criar contracorriente

Criar contracorriente

Después de hablarte de la necesidad del proceso de duelo para sanar las heridas tras un aborto , y de tratar de desmontar falsos mitos del porteo, esta vez me acerco hasta aquí con la intención de rendir un homenaje.

Hoy quiero centrar mi atención en los cientos de madres convencidas de que existe otra forma de criar. Seguras de que el contacto y el respeto

son la base para lograr una sociedad tolerante, empática y feliz.

A esas madres que, con el propósito firme de criar niños libres y con confianza en sí mismos, luchan cada día a pesar de los obstáculos. Esas que crían en contra de la corriente.

Porque no descubro nada cuando digo que son / somos muchas las que sorteamos a diario todo tipo de críticas por la manera en la que hemos decidido afrontar la crianza de nuestros hijos.

 

Nadar en contra

 

  •  Criamos en contra de una sociedad que dice defender la maternidad, pero que a la primera de cambio nos recuerda que somos lo que producimos, y que del tren de la maternidad hay que apearse cuanto antes, porque si te da por querer disfrutar del viaje, ni te molestes en bajarte que ya no habrá sitio para ti.
  • Criamos en contra de nuestras propias madres. Aquellas que, con la mejor de las intenciones, tratan de advertirnos de los «peligros» del exceso de mimos. Las mismas que nos previenen de que nuestra leche es de mala calidad, y que nos ahorraríamos un disgusto si nos olvidáramos de dar el pecho y comenzáramos cuanto antes con el biberón.
  • Criamos en contra de nuestro círculo de amigos, que abogan por una maternidad externalizada y no entiende que sigamos compartiendo habitación y cama con nuestro hijo, o que prefiramos postergar al máximo su incorporación al cole.
  • Criamos en contra de algunos profesionales que insisten en despojarnos del título de mamífera, y ya puestos del de adulta.
  • Criamos en contra de algunos feminismos mal entendidos. Aquellos para los que si elegimos (sí, elegir, optar, escoger) de un modo consciente e informado utilizar nuestro cuerpo para alimentar a nuestros hijos, nos abroncan e insinúan que hemos sido abducidas por el patriarcado, estamos siendo manipuladas y que no sabemos lo que significa el progreso.

Y así suma y sigue…

 

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El enemigo en casa

 

Nadar constantemente en contra desgasta, desgasta mucho. Pero lo más extenuante, lo que más consume nuestras fuerzas, mina nuestra moral y nos agota física y mentalmente, es criar en contra del peor enemigo posible: nosotras mismas.

 

Tropezamos frontalmente contra nosotras, porque cómo concebimos la crianza de nuestros hijos choca radicalmente con cómo vivimos la nuestra propia.

 

Muchas pertenecemos a la generación del «porque sí», «porque yo lo digo» , «aquí mando yo», los castigos y las collejas, y hacemos un esfuerzo hercúleo por alejarnos de eso, por cambiar ese chip con el que crecimos y que tenemos grabado a fuego en el fondo de nuestro cerebro.

Nos hallamos a diario contando hasta diez y repitiendo en voz baja “El adulto soy yo, el adulto soy yo” como un mantra para templar los nervios. Nos miramos al espejo con la certeza de que nosotras somos el verdadero espejo desde donde nuestros hijos aprenden. Tratamos de ayudarles a poner voz a sus emociones, a respetarlas y a estar alerta por si algo falla.

 

Hemos aprendido a desaprender, a sanar heridas del pasado para acompañar a nuestros hijos.

 

Y aún así, dudamos, sufrimos momentos de flaqueza y nos cuestionamos: ¿estaremos andando por el camino correcto? ¿nos estaremos equivocando?

Y de repente nos traiciona nuestro pasado y nos sorprendemos a nosotras mismas gritando y repitiendo todas esa frases manidas que oíamos en casa. Y entramos en pánico porque nuestro ayer está aún hoy demasiado presente, y tal vez sea momento de claudicar.

Pero rectificamos, pedimos perdón y volvemos a la casilla de salida. A intentarlo de nuevo, pegándonos de bruces contra lo que haga falta.
Así que, cuando te sientas exhausta, agotada, y la rutina o las críticas no te dejen ver con perspectiva, no te rindas, recuerda al salmón, cuya tenacidad e instinto le dan fuerzas para seguir en los momentos más duros.

Y por encima de todo, no olvides que nuestro hijos merecen aprender aquello por lo que vale la pena luchar, porque ellos serán el germen de esta revolución.

 

Adiós bebé, hola niño

Adiós bebé, hola niño

Adiós bebé, hola niño

 

Estar de celebración y estar de duelo… contenta pero triste… eufórica pero desanimada…  Así me siento éstos días en los que mi último bebé es cada vez menos bebé y cada vez más niño. En éste carrusel emocional en el que me digo que debería sentirme feliz porque mi pequeño crece sano y fuerte, pero mis entrañas se rebelan diciéndome que está creciendo demasiado rápido y que ya no habrá más barriga de embarazada, ni parto, ni olor a recién nacido, ni ropa minúscula, ni todas esas cosas de “bebé pequeño”.

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No puedo quejarme, me digo a mi misma. Tengo cuatro hijos, son más de los que suele tener la mayoría. Y no quiero tener más. Aún así, mis entrañas opinan otra cosa, se revuelven cuando ven a un bebé recién nacido, siguen teniendo ansias de vida… Es como una lucha de mi cerebro contra mis instintos primarios ¿estoy completamente loca? Creo que no.

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Pienso en los demás mamíferos. Perros, gatos, osos, caballos, monos, koalas, vacas, zorros, ballenas… ¿Conoces a alguno que tenga algo parecido a la planificación familiar? Me da la risa sólo de pensar en una pareja de ratones de campo diciendo que “ya se plantan”. También es cierto que no todos los mamíferos tienen una relación tan estrecha con sus hijos ni el grado de implicación de por vida que tenemos nosotros, pero hay un gran número que sí, y ni unos ni otros paran de tener hijos durante toda su vida reproductiva.

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Por lo tanto, y respetando por supuesto a las mujeres que deciden no tener hijos o que tienen x y no sienten la necesidad de tener más, creo que es, hasta cierto punto, normal sentir deseos de seguir teniendo hijos, a pesar de que “ya se tienen suficientes”. Porque el “suficientes” lo pone nuestra parte racional, nuestro “nuevo cerebro” pero lo cierto es que biológicamente estamos hechas para tener descendencia durante toda nuestra vida reproductiva, como el resto de nuestras compañeras mamíferas. Es desde luego lo que nuestro cuerpo nos pide y por eso seguimos siendo fértiles mucho tiempo después de haber decidido que no vamos a tener más descendencia.

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¿Tener un hijo detrás de otro? Eso hoy es impensable, al menos en sociedades como las nuestras. Hoy día, que criamos en la soledad de nuestras cuatro paredes. Que somos una o dos personas para criar a 1, 2, 3, 4… Una sola persona o una pareja… dónde antes había una tribu entera.

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Mi bebé, ese con el que paso 24 horas del día y muchas de esas horas sola, ya corre, habla (a su manera), me lleva la contraria… y yo me lo miro y me pregunto ¿cuándo ha pasado esto? ¿cómo es posible que haya crecido tan rápido? Y a veces la mano se me va instintivamente al vientre, vientre que lo albergó y que no va a albergar a más bebés. Y siento tristeza… y luego siento rabia por sentir tristeza, y luego tristeza por sentir rabia…

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Hay muchos tipos de duelo. En el caso de la maternidad los más conocidos (aunque no tan normalizados como nos gustaría) suelen ser el de no poder tener hijos o el de perder a un hijo (antes, durante o después del parto). Pero ¿existe también un duelo para la mujer que se despide de su etapa reproductiva? Y no hablo de la menopausia. Hablo de ese momento en el que te das cuenta de que ya no vas a tener más hijos. Ese momento en el que te dices que deberías dejar de girarte cada vez que ves pasar un carrito de bebé. Ese momento en el que te dices que deberías dejar de comprar portabebés porque tu hijo ya apenas quiere ser porteado. Ese momento en el que tu corazón deja de latir por un momento y sientes como si te faltara el aire, como si estuvieras en el fondo de un abismo, ese momento en el que cae una estrella, se hace el silencio y sí, te das cuenta de que ha acabado una etapa y empieza otra.

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Yo estoy en ese momento ahora mismo… y trato de disfrutar cada segundo que mi bebé “grande” me otorga, olerle, mirarle, portearle, darle el pecho… porque sé que esto se acaba… y quiero y no quiero que se acabe.

Porque llegará el día en el que ya no querrá ir aúpa… ¿os suena esa frase de “se acostumbran a los brazos”? Bien, pues es mentira… tarde o temprano, queramos o no queramos, abren sus alas y echan a volar…

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Y aquí estaremos para ver cómo emprenden el vuelo.

Te necesito mamá

Te necesito mamá

 

Estos nueve meses que he pasado dentro de ti he tenido todo lo que necesitaba. Oía tu melodiosa voz, el repiqueteo de tu corazón, era acunado con frecuencia, abrazado sin fin, alimentado siempre que lo requería y sin pasar nunca frío ni calor.

 

 

Tenía tantas ganas de verte. Y es en tu regazo, en tu pecho, donde me siento seguro, feliz y pleno, como hasta ahora lo venía haciendo. Por eso no quisiera separarme nunca de ti, porque te necesito mamá. Mi vida depende de estar junto a ti.

 

No tengas miedo de cogerme en brazos. No pienses que los demás lo hacen mejor que tu ni hagas caso a quien te mal aconseja que me malcriaré, porque no es cierto. Sólo en tu pecho lo tengo todo, te tengo a ti.

 

Te necesito mamá.

 

No tengas reparo en ponerme al pecho siempre que lo demande, será la mejor forma de que la lactancia fluya. Porque tu leche me alimenta física y emocionalmente. Porque nos ayudará a sanar las heridas visibles o invisibles del parto y con seguridad serán momentos especiales para ambos. Pero en caso de no ser posible, no te aflijas, estar contigo para mí es lo más importante.

 

Te necesito mamá.

 

No te atormentes si lloro mucho, incluso cuando estoy contigo. No es culpa tuya. Los bebés lloramos por muchos motivos. Si has comprobado que todo “esta bien”, quizás sólo es que necesito desahogarme por algo. Y donde mejor para ello que en tus brazos.

 

Te necesito mamá.

 

Jamás pienses que me despierto por la noche para fastidiar o porque no se dormir. Sólo es que necesito saber que estás ahí, porque sin ti me siento morir. Cerca de ti será donde concilie mejor el sueño. No te preocupes, porque llegará un día que quiera mi propia cama o habitación, y dormiré del tirón. Disfrutemos de estos momentos porque ahora…

 

Te necesito mamá.

 

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No te enfades si no quiero comer todo lo que hay en el plato. Mi cuerpo es quien me da las señales de lo que necesito o no comer, y sabe más que cualquier médico, abuela o vecina, por muy bienintencionados que sean sus consejos. Confía en mí mamá.

 

Te necesito mamá.

 

No tengas prisa ni me compares en mi desarrollo con otros bebés. Me gusta ir a mi propio ritmo, siempre avanzando, junto a ti. Cada descubrimiento, cada nuevo hito quiero disfrutarlo tranquilamente contigo, sin presiones. Da igual las proezas que hagan los demás, porque lo importante es hacerlo con amor.

 

Te necesito mamá.

 

No te preocupes si me mancho en casa o en la calle, para eso siempre hay solución. Explora y aprende conmigo, sin preocupaciones. Recuerda cuando tú también eras una niña ávida de tocar y manipularlo todo.

 

Te necesito mamá.

 

No te enfades conmigo cuando tenga una “rabieta”, porque será cuando más te necesite a mi lado. No lo hago para fastidiarte, sólo es una parte más de mi aprendizaje y mi reafirmación como personita diferente a ti. No me ignores, ni me abandones en esos momentos, porque…

 

Te necesito mamá.

Lo que no nos gusta escuchar

Lo que no nos gusta escuchar

Os voy a contar una historia:

Érase una vez una mamá, que muy preocupada por su hija, decidió acudir a un profesional. La pequeña de  cuatro  años tenía pavor irracional a determinados ruidos fuertes como el arrancar de una moto. No era  un miedo normal, era verdadero pánico, un miedo tan irracional que perdía el control de sus actos. Tras la consulta, la madre salió muy enfadada pensando:

“¡Este hombre qué sabrá!”, “¡no tiene ni idea!”  “¿cómo es capaz de decir que yo no quiero a mi hija?”.

¿Por qué reacciono así esta madre ? ¿Realmente le dijo el especialista que ella no quería a su hija?
Tras la consulta y valoración, este profesional lo que le dijo a la madre de esta pequeña fue que la actitud de la niña podría deberse a la  falta de apego  con su  madre. Que no habían conseguido establecer un vínculo de apego seguro.

¡¡¡Qué barbaridad!! ¡¡¡Pero cómo puede insinuarme que yo no quiero a mi hija!!!  ¡¡¡Qué tendrá que ver!!!

¿Os podéis imaginar el sentimiento de esa madre? ¿Pensar  que tus actuaciones han provocado algún mal a lo que más quieres en este mundo?

Es fácil asociar la falta de apego con la falta de cariño o amor,  la realidad es que falta información, mucha información.

 

A ninguno nos gusta oír que nos hemos  equivocado en lo que a nuestros hijos se refiere. Nuestra intención siempre es hacer lo mejor para ellos: lo mejor que sabemos y que podemos.

Con la maternidad he descubierto un camino que es como una hoja de doble filo entre la generosidad absoluta y el egoísmo puro.

En cada asesoría y relación que tengo con una familia me recuerdo que cada madre es la mejor madre que puede tener su hijo. Juzgar está prohibido porque detrás de cada decisión hay unas circunstancias determinadas. Pero debemos tener siempre los oídos, ojos y sentidos bien abiertos y saber leer entre líneas, estar receptivos, perdonarnos, y actuar,  porque eso, sin duda,  va a contribuir a ser la mejor madre para nuestros hijos.

Dejando aparte si tuvo o no delicadeza el profesional del comienzo al  hablarle así a esa madre, vamos a quedarnos simplemente con el diagnóstico: falta de apego seguro.

Aunque es muy duro escucharlo, al analizar el caso desde el origen se explica todo.

Fue un parto complicado y largo, y al poco tiempo de nacer el bebé lo llevaron a la incubadora con una ictericia grave que dio lugar al alta de la madre pero no del bebé. A la madre le permitían ir cada tres horas a visitar a su bebé pero nadie le dio más información, incluso le animaron a quedarse en casa descansando por las noches.

Y cuando uno piensa que las cosas no pueden ir peor pues parece que se tuercen un poco más. Según le dan el alta al bebé a esta mamá la tienen que intervenir de urgencias y por tanto no pudo cuidar a su bebé como le hubiera gustado.

Durante muchos meses la bebé lloraba sin parar, cosa que no ayudaba para nada al estado anímico de la pobre mamá. Incluso llegó a pensar “¿y esto es la maternidad?”. Con el tiempo eso mejoró y tuvo la oportunidad de disfrutar con su segunda hijo la maternidad de otra forma.

Claramente los principios de esta relación fueron difíciles, y sí, podríamos decir que hubo falta de apego, que no de amor.

Tuvo un apoyo físico incondicional por parte de su marido y familia, se lo hicieron todo, teniendo una rápida recuperación. Esto ayudó a que se curaran sus puntos pero no otras heridas más profundas y menos visibles.

Esta mamá lo hizo lo mejor que pudo y supo con sus propias circunstancias. Siempre desde el corazón, pero no era consciente de la importancia del apego, de ese inicio crucial, de los primeros minutos, de las primeras horas de vida y los siguientes  meses y años de vida. Nunca pensó que tendría consecuencias a tan corto plazo. Porque al fin y al cabo el mensaje sigue siendo: «No pasa nada»

Como muchas otras cosas que nos pasan en la vida, estos comienzos en la maternidad también necesitan su duelo particular.

Os remito a un post reciente » Nunca es tarde» donde Amaya Hansen de Maramayu os cuenta con detalle la necesidad del contacto para el correcto desarrollo del bebé.

A la pequeña y a la mamá  les queda todavía mucho camino por delante para caminar de la mano juntas, sanando esas cicatrices con amor, mucho amor de madre.

 

Esta historia no es real, pero ¿acaso no conocéis historias similares? ¿Hay falta de apoyo emocional y de información? ¿Os habéis sentido juzgadas?  ¿Por otros? ¿Por vosotras mismas? ¿Os habéis perdonado?…

Hay mucho camino por delante.

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Alta demanda. Vengo a pedirte perdón.

Alta demanda. Vengo a pedirte perdón.

¡Te escribo para pedirte perdón!

Hace dos años estoy segura de que te juzgué. Estoy casi 100% segura de que alguna vez te miré mal en el avión o puse los ojos en blanco cuando tu hijo se puso a llorar en el tren y tú no pudiste calmarlo. Yo soy esa chica que abrió su ordenador con desdén y se colocó los cascos con desmanes para que notaras mi incomodidad. Mejor dicho, yo “era” esa chica, y hoy vengo a pedirte perdón.

Hace unos dos años nació mi segunda hija. Una alegría inmensa que vino de la mano de un gran descubrimiento: Los niños “exigentes” existen.

Estos dos últimos años de mi vida han sido intensos en muchos aspectos. Han sido intensos en aprendizaje (me he formado y sigo formándome como Asesora Continuum) e intensos en cuanto a la crianza de mis pequeños. Soy la orgullosa madre de una niña de “Alta Demanda”.

Mi imagino que ahora mismo, al leer estas palabras “Alta Demanda”, se habrán producido tres tipos de reacciones:

  •  Reacción tipo 1:
    • “No me creo que una Asesora Continuum etiquete a su hija de esa manera. La “Alta Demanda” no existe. Sólo existen las madres “bajo oferentes”. Todos los niños son demandantes.
  • Reacción tipo 2:
    • “¿“Alta Demanda”? ¿Eso qué es? ¿Será mi hijo también de “Alta Demanda”? A ver qué me cuenta esta mamá…
  • Reacción tipo 3:
    • “¡Dios! Qué alivio siento cuando leo a otra madre a la que le pasa lo mismo que a mí. Ya pensaba que me estaba volviendo loca, o que soy una floja, o incluso una mala madre.

Pues bien, tengo respuesta para los tres tipos de reacciones.

 

Respuesta para los del primer grupo:

A ti que ahora me juzgas por definir a mi hija como una niña de “Alta Demanda” te puedo decir que te entiendo. Que las etiquetas son peligrosas y que muchas veces etiquetar consigue lo que en textos de literatura se conoce como “La profecía autocumplida”. Una afirmación que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.

A ti que tienes la suerte de no saber lo que es un niño de “Alta Demanda” no te voy a convencer de nada. No es mi finalidad al escribir este texto. Tan sólo te voy a pedir que cuando veas a una familia pasarlo mal por la “intensidad” de sus hijos, no te sientas más y mejor madre que esa madre… no sabes cuánto tiempo lleva sin dormir más de 4 horas seguidas o lo mucho que le cuesta cada una de sus actividades diarias… Sé generosa y simplemente no le crees más incomodidad. A ella también le gustaría que todo fuera más fácil.

 

Respuesta para los del segundo grupo:

A ti que te interesa el tema, o que no conoces bien qué es eso de un niño de “Alta Demanda”, te cuento que debajo de esta “etiqueta” se agrupan niños que comparten algunas características que te nombro a continuación. No todos son iguales, o no todos presentan todas estas características a la vez, pero lo que sí te puedo asegurar es que sus cuidadores sí presentan exactamente los mismos síntomas: agotamiento extremo, frustración y hasta la incertidumbre de no saber si son o no buenos padres.

  • Los niños de “Alta Demanda” son como todos, requieren de mucha atención pero existe una pequeña diferencia: estos niños la requieren constantemente. Su nivel de demanda es absorbente y en la práctica totalidad de los casos, esas demandas solo pueden ser cubiertas por la madre o en menor medida por el padre y cualquier intento por parte de otra persona (abuelos, tíos, amigos, cuidadores) por colaborar y ofrecer atención, es directamente rechazada por el pequeño de forma notoria.
  • Otra característica que resulta contradictoria en estos pequeños es que son a la vez niños “valientes y curiosos”, combinado con “temerosos e inseguros”. Creeréis que esto es imposible, pero tiene una explicación:
    • Este tipo de niños tienen una alta capacidad de captar estímulos,  son “absorbedores” de información constantemente. Cuando están en “modo aprendizaje” muestran un entendimiento algo superior a lo que se espera de su edad y el mundo que les rodea les atrae y les  impulsa a investigar. Pero en otras ocasiones esos estímulos los sobrepasan, convirtiendo ese mismo entorno en algo hostil para ellos.
    • En consecuencia son niños que lloran con mucha frecuencia, y además ese llanto es exagerado y puede durar mucho tiempo aun cuando, como madre, estés 100%  orientada a tratar de calmarlos.
  •  Un rasgo que  sí comparten todos los niños de “Alta Demanda” es su alta sensibilidad. Dicho de otra manera, son muy emocionales o emocionalmente inestables. Expresan lo que sienten con gran dramatismo, ya sea su alegría o su malestar, y tienen cierta tendencia a las «rabietas». Vistos desde fuera, pueden parecer niños “malhumorados” o poco sociables, pero de verdad que en su “hábitat conocido” son pequeños intrépidos y cariñosos que no dejan de sorprenderte y maravillarte.

Leído todo así puede parecerte un horror, y eso que no te he contado todavía que no suelen dormir mucho, que tienen una voluntad de hierro, que les gusta elegir su ropa, que son exigentes con su comida, que son muy despiertos, que no cambian de opinión con premios, que son de ideas fijas, que necesitan de contacto físico constantemente, que no les gusta dormir solos… Buuffff creo que con esto ya puedes hacerte una idea pero me guardo lo mejor para los del tercer grupo.

 

Respuesta para los del tercer grupo:

Nuestros niños, inquietos y nerviosos, hipersensibles y obstinados, son lo mejor que nos ha pasado en la vida. Ellos son el motor de muchos cambios. Son la recompensa que está por llegar. Son nuestro camino de superación.

Tenemos que saber que nuestros pequeños temperamentales no están enfermos, ni tienen ningún tipo de problema y sobre todo convencernos de que no es culpa de nadie que tengan ese carácter (soy madre de dos, y el mayor tiene otro tipo de carácter que nada tiene que ver con el de su hermana). En nuestras manos está hacer esto lo más llevadero posible hasta que lleguen a ser los maravillosos adultos que llegaran a ser ¿cómo?

  • Trabajando en tener una relación cercana y extremadamente afectuosa con ellos. Yo tengo demostrado que mientras más tranquila estoy yo, más fácil es todo con mi hija.
  • Fomentando el contacto. Contenerlos y abrazarlos. Para mí el porteo ha sido la solución a tantas cosas y a tanto llanto que lo considero casi como una prescripción médica.
  • Trabajando nuestro propio autocontrol. No permitirnos que nuestra falta de sueño, nuestro cansancio o nuestras ganas de hacer “algo” sin oír quejidos nos desborde. No criticarlos. No calificarlos. No etiquetarlos. Pero sobre todo no dejar que nuestro entorno lo haga. Defender a nuestros pequeños del desconocimiento de los “opiniólogos”. Esa es la base de su futura autoestima: Nuestra opinión.
  • Eligiendo las batallas que vamos a librar y esas ganarlas. No podemos decir “si” a todo lo que nuestros niños nos demandan. Evaluar en cuál de sus exigencias podemos claudicar y en cuáles no, y en esas ser firmes. En unos años nuestros niños se enfrentarán a un mundo que muchas veces les dirá “NO” y deben disponer de herramientas para afrontarlo.
  • Dejándoles ser quienes son. No los vamos a cambiar, son así. Es una cuestión de carácter, de temperamento. Tenemos que dotarlos de herramientas para canalizar sus frustraciones y si somos capaces de adelantarnos a una rabieta, debemos reaccionar rápido y cambiar de tercio.
  • Pidiendo ayuda cuando lo necesitemos. Qué difícil es esto a veces. Sabemos que nuestros hijos rechazan estar con otras personas, pero la ayuda puede venir de muchas maneras. Una ayuda en casa con todo lo que no has podido hacer porque llevas varias horas de llanto, quedar a comer con amigos al aire libre en lugar de en un restaurante, pedir directamente que no te juzguen o que no juzguen a tu hijo…
  • Reforzando sus avances. Son niños que cuando están de buenas son tan cariñosos y sensibles que en esos momentos tenemos que hablarles y hablarles y hablarles. Mostrarnos agradecidas por conectar con nosotras y darles mucho mimo para que quieran mantenerse en ese estado fantástico de conexión.
  • Queriéndolos y aceptándolos. Sé que los queremos, que los queremos mucho, pero también sé que hay momentos que nos superan y momentos en los que las fuerzan flaquean. No te sientas mal. Somos humanas. Sigues siendo una madre maravillosa.
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Y bueno, realmente es a ti que estas en este tercer grupo a la que quería pedirle perdón. Nunca imaginé a qué te estabas enfrentando. Nunca intuí cómo te molestaba mi mirada de soslayo cuando tu hijo lloraba y jamás pensé que realmente tú fueras lo que ahora sé que eres:

¡La mejor madre que un niño de alta demanda
puede tener!

¡Tienes toda mi admiración!

Ana Gª del Río
www.AnaDelRio.es

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