Hoy vengo a compartir con vosotros un trabajo excelente de Eva Bailén que espero que no os deje indiferentes. Un video-denuncia de uno de los temas que más preocupan a los padres de hoy en día con niños en edad escolar. Espero que lo disfrutéis.
¿Que os ha parecido el vídeo?
Cada día me encuentro más familias angustiadas por la realidad que la presencia abusiva de deberes supone para sus familias: niños agotados, padres irascibles, rutinas domésticas truncadas, sueño reparador sesgado, juego libre olvidado…
En nuestro país la media española de tareas escolares es de 6,5 horas semanales en la ESO, pero hay niños que ya en primaria superan esa media (fuente: OCDE) ¿Sabíais que ese exceso de deberes supone una gran frustración para un niño que se ve sobrepasado y agotado, y que debería estar disfrutando de su tiempo de ocio y de su familia?
Está claro que algo no estamos haciendo bien y aplaudo esta iniciativa que nos devuelve la voz silenciada de tantos niños, para que tomemos conciencia. La racionalización de los deberes es sólo un cambio más entre los muchos que necesita el sistema educativo español (Eva Bailén) pero puede ser el primer paso.
Si eres habitual de las redes sociales y/o de la blogosfera maternal seguro que has leído a menudo sobre las guerras entre madres.
Al parecer hay que estar en algún bando.
Hay muchos donde escoger y todas pertenecemos, sabiéndolo o no, a alguno:
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Teta o biberón
Estivill o González
Colecho o Supernanny
Trabajar fuera de casa o quedarse a criar a los hijos
Carrito o Porteo
Porteadoras con lo básico o coleccionistas de fulares
Papillas o sólidos
Libertad o límites
Escuelas o Homeschooling
Y así hasta el infinito…
Parece que necesitamos reafirmar lo que hacemos o no hacemos en contraposición con el resto. Es como si siguiésemos en la etapa de la reafirmación desde el No que tienen los niños pequeños.
Personalmente hace tiempo que me hastían los debates en ese tono, tanto las defensas como los ataques. Entre madres me refiero, cuando se trata del ámbito profesional aún mantengo el radicalismo que me da la, hasta el momento, evidencia científica.
Pero estoy convencida de que el juicio entre madres nunca va a dar nada positivo.
Primero porque a nadie le gusta que otro le enmiende la plana y le diga que lo que hace se debe mejorar, ¡sobre todo si no han preguntado! Y segundo porque en demasiadas ocasiones el juicio no aparece para mejorar la situación del juzgado sino para reafirmar la posición de superioridad de quien juzga.
En ambos casos si lo que se espera es eso: el mayor bienestar de un tercero ( el bebé) el enfrentamiento con su progenitor y/o cuidador, no es la vía más inteligente.
Como escribía el oro día mi compañera Elena López, el transfondo siempre es la culpa que planea sobre las madres como los buitres sobre los cadáveres que devoran los leones… esperando su parte del pastel.
Culpas, miedos, juicios y castigos
Hemos crecido con la culpa como compañera de viaje, sobre todo las mujeres. Imagino que porque es un medio fantástico de controlar. El miedo ha sido la herramienta de control por antonomasia, y si no, miremos la historia de la política y las religiones. Si no quieres hacer algo de motu propio, ya se encargaba alguna autoridad de meterte miedo para que lo hicieras aun sin querer.
Conseguir infundir más miedo al castigo que yo te infrinjo si no haces lo que quiero,
que el que le tendrías a la consecuencia natural de no hacerlo.
Y no hay que irse a la Edad Media ni pensar en el infierno en llamas. Seguimos viviendo en la tiranía del miedo. Otros miedos, otros castigos, que al final lo que hacen es quitarnos la capacidad de analizar las consecuencias de nuestras decisiones y la responsabilidad de vivir aceptándolas.
La culpa funciona de forma parecida al miedo con un agravante: nos juzgamos, castigamos y sometemos nosotros mismos, con un criterio que nos viene de fuera, que muchas veces no es real.
Y esa culpa nos muestra una visión de nosotros mismos que es dura de ver por lo que escogemos mirar a otro lado. Y en demasiadas ocasiones por no juzgarnos nosotros, juzgamos a los demás.
Y como el tuerto en el reino de los ciegos, intentamos ver que los demás están o son peores. Como si eso en realidad nos curara nuestra ceguera por muy parcial que sea. Si no veo de un ojo no me va a devolver la vista que tú no veas de ninguno.
Desde la culpa no se construye, en mi opinión, nada duradero. Ser madres ha supuesto para muchas deconstruir muchas de las bases, creencias y principios sobre lo que se asentaba nuestra forma de ver y entender lal vida. Y sin suelo firme donde pisar sólo nos quedó construir otro nuevo. Hacerlo desde la culpa es poner un mal cimiento.
Pongo un ejemplo: Si no he dado la teta sólo me corresponde a mí plantearme, si quiero panteármelo, por qué o por qué no lo hice. Soy adulta, tomé una decisión y soy responsable de vivir con las consecuencias. Y parte de esas consecuncias puede ser aceptar que he influido en la salud de mi hijo y en la propia. Por supuesto tengo derecho a sentir que tomé la mejor decisión posible en mis circunstacias personales y particulares, o que me faltó información y ayuda. Y tengo derecho incluso a pensar en que me equivoqué. A todo eso tengo derecho. Pero cuando me molesta ver a la que da teta, incluso a la que presume de ello, y siento en su decisión un ataque hacia mí, no me juzga ella, me estoy juzgando yo. Porque en algún lugar recóndito siento que me tengo que justificar por haber violado alguna ley superior que me dice que tendría que haberlo hecho. Quien ha hecho el trabajo de vivir con responsabilidad no carga contra otros por sus propias decisiones.
He puesto ese ejemplo porque es el tema que más ampollas levanta, porque es quizás, el tema que a mí más me ha hecho cambiar mi forma de ver a las madres, los juicios, las culpas y los egos. Porque es precisamente en ese campo en el que más herida he visto y no sólo por dar o no dar teta, sino por sentirse juzgada desde dentro y desde fuera.
Y en esta marea de debates y clubs de buenas y malas madres, en el que los requisitos para ser de uno u otro son tan arbitrarios como los propios juicios, aparecen los padres y dicen que quieren entrar en el juego.
Y se crea otro debate con infinitos debates internos. Y el panorama se convierte en un circo de 3 pistas donde se ven reflejadas las mismas actitudes que en el resto de la sociedad, pero eso sí, envueltas de términos como “consciente” “natural” “responsable” y etiquetados casi a la fuerza con todo tipo de “ismos”.
Y lo que debería ser una oportunidad de conocimiento y crecimiento para todos, se convierte en un foro y no precisamente de debate, sino de discusión en la peor acepción de la palabra.
Padres que se sienten fuera porque su mujer da teta y colecha
Madres que se sienten incapaces de criar a un marido inmaduro que tiene celos de sus propios hijos
Padres que se sienten mal porque quieren que su mujer sea la madre que ellos quieren que sea
Madres que no quieren que los hombres entren a opinar sobre maternidad
Padres que se sienten molestos porque su mujer decide sobre su maternidad sin tenerles en cuenta
Padres que confunden paternidad con maternidad
Madres que confunden maternidad con paternidad
Padres que confunden maternidad con ataques a la paternidad
Madres que confunden paternidad con ataques a la maternidad
Madres y padres que confunden maternidad y maternidad con machismo y/o feminismo
Padres buscando un espacio propio para entenderse y entendernos
Madres que quieren invitar a los padres a sus espacios y vivencias
Padres que a falta de espacio propio invaden el ajeno
Madres que no quieren invitar a los padres a sus espacios y vivencias
Padres y Madres con más ego que sentido común
Padres y madres juzgando que los demás tienen más ego que sentido común
Madres y padres que escribimos sobre las vivencias de otras madres y otros padres
Y digo yo, que soy madre, que estoy divorciada del padre de mis hijos, que he vivido cómo afectan los hijos a la vida de pareja, que vivo la compeljidad de afrontar una nueva relación de pareja cuando tienes hijos que te demandan atención casi exclusiva, que tengo un hijo varón que seguramente algún día será pareja de alguien y/o padre, que tengo una hija que a lo mejor será madre, con o sin pareja… ¿qué mensaje quiero transmitirles?
Tengo claro el que no quiero:
No quiero que mis hijos crezcan en un mundo de luchas entre bandos. No quiero que escojan si quieren más a mamá o a papá. Si mamá y papá siquiera plantean esa pregunta, son mamá y papá quienes necesitan crecer y madurar.
Creo en la capacidad de cada ser humano para tomar sus propias decisiones, en el derecho a equivocarse y en el derecho a cambiar de idea.
Soy la madre que puedo llegar a ser dentro de mi objetivo de ser la madre que quiero ser. Con mis incongruencias y mis limitaciones. Y le reconozco el mismo derecho a cada madre y padre que me rodea.
No tolero la violencia, ese es el límite de mi capacidad de respeto. Pero tampoco quiero defender ese derecho siendo violenta yo.
Tarea difícil, lo sé, pero en eso estamos. Y como Martin Luther King, yo también sueño:
Después de una semana intensa de trabajo, hoy voy a exponer al mundo una experiencia que he tenido la suerte de vivir y un pensamiento íntimo que me apetece compartir con todos vosotros.
Hay veces que lo íntimo tiene que salir y hoy es el día.
Está semana a nuestro centro han venido, a diferentes actividades, una gran cantidad de padres, cosa que me ha encantado y me demuestra que hay un cambio en marcha.
Que la crianza no es sólo cosa de uno, sino de dos, y que hay padres que les gusta implicarse en todo tanto o más que a la madre.
Han venido papis al grupo de lactancia para apoyar a esa mamá que necesitaba llorar acompañada, han venido papás solos, con su bebé, para contar, escuchar, exponer todo lo que sabían y para recibir información que necesitaban.
Han venido papás simplemente a disfrutar con sus bebés de una actividad lúdica y divertida…
Todos ellos felices, contentos, viviendo esos momentos mágicos con sus peques.
Y yo, viéndolo desde fuera, me he sentido feliz, orgullosa, con una sonrisa de oreja a oreja y con ganas de aplaudir a cada uno de ellos y así agradecerles tal implicación en la crianza de sus hijos.
Por eso, quería dar las GRACIAS a todos los papás que están y acompañan a sus hijos en la crianza y que dan todo para que sus hijos estén felices y en todo momento acompañados.
Estoy segura de que en algún momento vuestros hijos os lo agradecerán. Aunque sea sólo con un… TE QUIERO PAPÁ.
Como no podía ser de otra forma, yo quería dar las GRACIAS A JOSE, a mi marido, a ese padre incondicional que ha dado y da cada minuto de su vida por nuestros hijos.
Que se ha implicado desde el minuto uno al saber que yo estaba embarazada de nuestro primer hijo y que 5 años después y con dos hijos, lo sigue haciendo como el primer día.
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GRACIAS CARIÑO.
GRACIAS POR SER EL PADRE TAN MAGNÍFICO QUE SIEMPRE HE QUERIDOPARA MIS HIJOS.
Ser historiadora y humanista es algo de lo que una no puede -ni quiere- desprenderse, pero a menudo supone para mí llevar al extremo de la investigación antropológica cualquier realidad cotidiana que me toca de cerca, en la vida o en la profesión. Un ejemplo de eso es lo que os traigo hoy en este post: una breve, pero espero que clarificadora, perspectiva de lo que yo llamo «Las otras maternidades», una visión desde de la historia de las mentalidades, o lo que es lo mismo la versión post…
PARA GUSTOS… LOS COLORES
En las últimas semanas, he leídos varios artículos en los medios y posts en las redes, surgidos a raíz de las declaraciones de los diseñadores Dolce & Gabanna sobre el derecho de los gays a tener hijos. La mayoría, en mi humilde opinión, han sido lo que yo llamo «post viscerales» que surgen del #yomemíconmigoymiegotenemosmuchoquedecir, tan difícil de abandonar, y no de la reflexión pausada y serena que debería acompañar a cualquiera que escribe algo sobre otros y para otros y siente o cree que puede aportar algo, más allá de la opinión personal, muy respetable, esos sí, pero poco instructiva en la mayoría de los casos.
Me llamaron especialmente la atención un par de artículos denostando a todas aquellas personas que desean ser madres o padres, más allá de su condición física, su elección afectivo-sexual o sus condiciones económicas o realidades familiares, con argumentos biologicistas poniendo en entredicho la libertad o el derecho de ser familia de otros, por el simple hecho de que biológicamente no tengan esa posibilidad o el camino hasta ella les sea más arduo.
Sorprendentemente venían de personas y profesionales que respeto mucho y que supuestamente son afines a la «crianza respetuosa». Y uso con mesura este concepto porque respetuosa, tiene para mí un cariz bien distinto y alejado del juicio, el sentimiento de superioridad o de estar en posesión de la verdad absoluta. Este hecho me preocupa especialmente, puesto que la forma, «crianza respetuosa», debería acompañar el fondo «actitud respetuosa», que últimamente no veo mucho y que no debería referirse únicamente al trato con nuestros hijos, sino con todas las personas de nuestro entorno. Si no, flaco favor nos hacemos al abanderarnos de ideologías o posiciones con las que no somos capaces de ser consecuentes después en el día a día.
Tomar partido significa ser honesto, con uno mismo, con nuestro origen, nuestro destino y nuestros fantasmas, miedos, tabúes y sonrojos, perdonarnos para perdonar, aprender a amar desde la diferencia y a respetar desde el corazón.
Y es que si algo he aprendido en esta vida, con sus cambios de rumbo, sus lecciones, sus errores, las personas que han dejado en mí un poso profundo, las experiencias vividas propias y compartidas, y después de más de siete años al lado de personas en su despertar como familia, es que no hay verdades absolutas, no hay fórmulas mágicas únicas, no hay soluciones mejores que otras, ni caminos perfectos y a cada cual le sirve su verdad. Estoy segura de que mi experiencia personal y profesional me ha llevado a querer visibilizar la riqueza que aporta la diversidad.
Cuando una bucea por las profundidades del ser humano a lo largo de los siglos se enfrenta a menudo con etapas históricas, corrientes religiosas o visiones políticas o culturales fruto de un tiempo concreto, del miedo, la intolerancia, el ego, la injusticia, y hasta la sinrazón. Por eso es bueno para la evolución como sociedad y como especie, no anclarse en ningún pensamiento de manera categórica, ni pretender sentar cátedra sobre sistemas, opciones o elecciones que nos son válidas hoy, aquí y ahora, a nosotros, pero que no necesariamente van a evolucionar con los tiempos y a adaptarse a nuevas formas y sistemas de vida futura.
Esto es, grosso modo, lo que siento que está ocurriendo hoy en ciertos sectores de esta «crianza respetuosa»: sentimos que hemos vuelto al origen, a lo natural, a la esencia de las necesidades biológicas como especie de nuestros bebés y nuestras madres y nos vanagloriamos de ser pioneras del cambio. Y eso está bien, obviamente yo abogo también por un cambio de paradigma que nace de una maternidad y paternidad más consciente, pero me preocupa enormemente que esos puntos de vista, marginen o juzguen la realidad de otros, que escapan a lo «normal», habitual o convencional, y hasta diría, a lo políticamente correcto, porque nuestra sociedad no es blanca y negra, ni siquiera está teñida en escala de grises, sino que brilla cada día con tonos nuevos, y está claro que para gustos, los colores.
Si uno se para unos minutos a reflexionar sobre su vida, sobre las personas que conoce (familiares, amigos, compañeros del trabajo) seguramente verá que no hay dos realidades iguales, que no hay dos personas idénticas, ni hay dos modelos familiares siquiera parecidos.. y aún así juzgamos. Y juzgamos porque somos fruto de nuestro tiempo también, porque tememos al «otro» y a lo que nos aleja o distingue de él, pero también a que se parezca en el fondo demasiado.
Hoy, aún vivimos nuestras maternidades y paternidades en una sociedad castradora. Durante toda nuestra vida, sufrimos una y otra vez de la insana costumbre de etiquetar, de constreñir, de necesitar colocar, por miedo a aceptar la diferencia, al «otro» en un lugar distinto al nuestro, como si por ello fuéramos mejores que él. Pasa en la infancia, en la adolescencia y en la vida adulta. Y con la llegada del deseo firme de ser madres y padres surgen de nuevo los miedos personales, los tabúes y los prejuicios de la mayoría, y somos muchos y muchas los que debemos enfrentar las críticas, las miradas y a menudo el desconocimiento sobre nosotros y nuestras particularidades.
Vivimos en una sociedad -la occidental-eurocéntrica- compleja, abierta, democrática, todo esto entre muchas, muchas comillas, porque supone una variedad y riqueza a veces difícil de digerir. Salvando las distancias, y si me permitís el símil, somos como el mejor de los buffets de desayuno de un hotel: fruta fresca, en almíbar, zumos, cafés, infusiones, pastas, panes, cereales, embutidos, chocolates, dulces… y así hasta el empacho. Un sinfín de posibilidades, atrayentes, saludables y nutrientes, pero también insanas si no se toman en su justa medida, distintas pero no necesariamente opuestas…
Somos una sociedad global y diversa, en la que cada cual puede encontrar la opción que mejor le parezca, pero ¡ojo! siempre que no toquemos el tema paternidad/maternidad, porque ahí sigue habiendo clases. Ahí se acabó la tolerancia y el ser polite. Ahí enarbolamos de nuevo la bandera, y resucitamos a la Santa Inquisición, ahí nos creemos con derecho a decidir sobre las libertades de los otros. Y lo hacemos, claro está, como intelectuales occidentales y paternalistas, por su bien, porque no saben nada del tema, y nosotros sí, por un fin mayor, y escudándonos en la biología y la evidencia científica, que como es sabido por todos, no deja de ser, aleatoria, randomizada, controlada, parcial y orientativa. Y es que en una sociedad de la información, supuestamente culta, veraz y tolerante, lo ideal seria ver que todos tenemos voz y voto, y que cuando alguien opina, habla o teclea, lo hiciera desde la piedad, en el sentido más latino de la palabra.
Os invito a practicar la piedad en todas sus acepciones: como inclinación afectiva, como empatía con la realidad del otro, como amor y respeto al individuo por lo que es y no por lo que yo espero que sea, como reconocimiento y cumplimiento de los deberes para con los otros, de aceptación de su identidad e integridad, de amor respetuoso, veneración sincera, de ternura, amistad, equidad, justicia, gratitud y simpatía.
Os invito a vivir sin juicio la diferencia y sus riquezas, a dejar a cada cual, la elección de a quién, cómo y cuándo amar o de cuándo y de qué manera ser familia o de qué tipo. A ser capaces de ver en los demás lo que nos hace iguales y no lo que nos hace distintos. A dejar al margen lo que «es mejor» para nuestros pequeños. Porque ellos sólo necesitan amor del bueno.
Os invito a aprender a difundir nuestro mensaje de «crianza respetuosa» adaptándolo a cualquier modelo, con todas sus particularidades, porque ese sí es un mensaje universal y válido para cualquier bebé y familia.
Porque os aseguro que en esto de ser familia, todos somos Familias Singularesseamosfamilias homoparentales, lesbomarentales, por reproducción asistida, por maternidad subrogada, por maternidad o paternidad en solitario o adolescente, de adopción, coadopción o acogida, tengamos diversidad funcional, situaciones especiales de prematuridad o enfermedad de progenitores o niños, seamos interraciales o familias reconstituidas o familias sin hijos… En esto de ser familia nadie es más que nadie. Y porque, en el fondo, a todos nos une lo mismo, por un lado, como mamíferos, el deseo intrínseco como especie de contribuir a la evolución, y por el otro, como seres racionales, la voluntad cultural e intelectual de ser familia, esto es, de aportar nuestro granito de arena, de sembrar el amor incondicional y absoluto, de dejar huella, de sentir, de amar, de crecer y de explorar nuevas formas de ser más humanos y en definitiva más personas. ¿No os parece?…
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