por admin | 16,Jul, 2015 | Crianza
Adiós bebé, hola niño
Estar de celebración y estar de duelo… contenta pero triste… eufórica pero desanimada… Así me siento éstos días en los que mi último bebé es cada vez menos bebé y cada vez más niño. En éste carrusel emocional en el que me digo que debería sentirme feliz porque mi pequeño crece sano y fuerte, pero mis entrañas se rebelan diciéndome que está creciendo demasiado rápido y que ya no habrá más barriga de embarazada, ni parto, ni olor a recién nacido, ni ropa minúscula, ni todas esas cosas de “bebé pequeño”.
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No puedo quejarme, me digo a mi misma. Tengo cuatro hijos, son más de los que suele tener la mayoría. Y no quiero tener más. Aún así, mis entrañas opinan otra cosa, se revuelven cuando ven a un bebé recién nacido, siguen teniendo ansias de vida… Es como una lucha de mi cerebro contra mis instintos primarios ¿estoy completamente loca? Creo que no.
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Pienso en los demás mamíferos. Perros, gatos, osos, caballos, monos, koalas, vacas, zorros, ballenas… ¿Conoces a alguno que tenga algo parecido a la planificación familiar? Me da la risa sólo de pensar en una pareja de ratones de campo diciendo que “ya se plantan”. También es cierto que no todos los mamíferos tienen una relación tan estrecha con sus hijos ni el grado de implicación de por vida que tenemos nosotros, pero hay un gran número que sí, y ni unos ni otros paran de tener hijos durante toda su vida reproductiva.
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Por lo tanto, y respetando por supuesto a las mujeres que deciden no tener hijos o que tienen x y no sienten la necesidad de tener más, creo que es, hasta cierto punto, normal sentir deseos de seguir teniendo hijos, a pesar de que “ya se tienen suficientes”. Porque el “suficientes” lo pone nuestra parte racional, nuestro “nuevo cerebro” pero lo cierto es que biológicamente estamos hechas para tener descendencia durante toda nuestra vida reproductiva, como el resto de nuestras compañeras mamíferas. Es desde luego lo que nuestro cuerpo nos pide y por eso seguimos siendo fértiles mucho tiempo después de haber decidido que no vamos a tener más descendencia.
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¿Tener un hijo detrás de otro? Eso hoy es impensable, al menos en sociedades como las nuestras. Hoy día, que criamos en la soledad de nuestras cuatro paredes. Que somos una o dos personas para criar a 1, 2, 3, 4… Una sola persona o una pareja… dónde antes había una tribu entera.
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Mi bebé, ese con el que paso 24 horas del día y muchas de esas horas sola, ya corre, habla (a su manera), me lleva la contraria… y yo me lo miro y me pregunto ¿cuándo ha pasado esto? ¿cómo es posible que haya crecido tan rápido? Y a veces la mano se me va instintivamente al vientre, vientre que lo albergó y que no va a albergar a más bebés. Y siento tristeza… y luego siento rabia por sentir tristeza, y luego tristeza por sentir rabia…
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Hay muchos tipos de duelo. En el caso de la maternidad los más conocidos (aunque no tan normalizados como nos gustaría) suelen ser el de no poder tener hijos o el de perder a un hijo (antes, durante o después del parto). Pero ¿existe también un duelo para la mujer que se despide de su etapa reproductiva? Y no hablo de la menopausia. Hablo de ese momento en el que te das cuenta de que ya no vas a tener más hijos. Ese momento en el que te dices que deberías dejar de girarte cada vez que ves pasar un carrito de bebé. Ese momento en el que te dices que deberías dejar de comprar portabebés porque tu hijo ya apenas quiere ser porteado. Ese momento en el que tu corazón deja de latir por un momento y sientes como si te faltara el aire, como si estuvieras en el fondo de un abismo, ese momento en el que cae una estrella, se hace el silencio y sí, te das cuenta de que ha acabado una etapa y empieza otra.
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Yo estoy en ese momento ahora mismo… y trato de disfrutar cada segundo que mi bebé “grande” me otorga, olerle, mirarle, portearle, darle el pecho… porque sé que esto se acaba… y quiero y no quiero que se acabe.
Porque llegará el día en el que ya no querrá ir aúpa… ¿os suena esa frase de “se acostumbran a los brazos”? Bien, pues es mentira… tarde o temprano, queramos o no queramos, abren sus alas y echan a volar…
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Y aquí estaremos para ver cómo emprenden el vuelo.
por Alba Nadales | 11,Jun, 2015 | Duelo
El primer duelo que viví fue con doce años, cuando murió mi abuela paterna.
Nunca olvidaré el día que llegue del colegio a mi casa y mi madre me dijo: Alba, se murió tu abuela Pepa, pobre, que pena, con lo buena que era.
No sabía que hacer, no me lo creía. Apenas brotaron lágrimas de mis ojos, fue una sensación muy extraña entre tristeza, dolor, fue tan desconcertante. No me lo esperaba y tampoco pude despedirme, ella vivía en Cádiz y yo en Las Palmas.
Recuerdo que ese día llegó un familiar y al verme triste y un poco llorosa me dijo: tranquila no llores, no pasa nada, es normal, es ley de vida antes o más tarde todos nos morimos, a ella le tocó un poco antes.
En ese momento sentí varias cosas:
Rabia. Por la poca empatía ante mi dolor.
Dolor. ¿Cómo es posible intentar consolar diciendo que no pasa nada, si se me ha muerto mi abuela?
Frustración. Por la poca delicadeza y por no sentirme libre de vivir lo que me tocaba en ese momento.
Vacio. Fue cómo si no pasara nada se murió y ya está, no hablé con nadie de como me sentía. La sensación fue como si nunca hubiera existido mi abuela, se esfumó y desapareció.
Yo quería verla, abrazarla, decirle que la quería, que fue la mejor abuela del mundo,que nunca me iba a olvidar de ella, y que siempre iba a estar en mi corazón.
Necesitaba despedirme de ella.
En lugar de eso, guardé mi duelo.
Varios meses después pude viajar a su casa, estaba asustada, tenía miedo, en mi cabeza parecía que estaba todo superado, pero la realidad fue que ahí comenzó mi duelo.
Me derrumbé, sentí su olor, su presencia, estuve más de un mes llorando todas las noches porque sentía la sensación amarga de no haberme despedido.
Me daba rabia no haberla visto, no estar con ella, en ese momento la eché más de menos que nunca. Poco a poco fue mitigando mi dolor, acepté que ya no estaba.
Vivir mi duelo hizo que me sintiera mejor
Dos años más tarde viví otro duelo, esta vez el de mi abuelo paterno, en el que tuve la gran suerte de estar presente.
Esta vez fue diferente. Sabíamos que le quedaba poco. Recuerdo que yo estaba en la calle y fueron a buscarme.
-«Alba vamos para casa, el abuelo nos necesita».
Toda la familia estuvimos junto a él hasta su último minuto de vida, fue muy triste pero pude decirle adiós, pude besarlo y tocarlo.
Estuvimos mucho tiempo nombrándolo, hablando de él , de como nos sentíamos. Dejar fluir las emociones fue muy sanador.
La sensación de despedirlo a pesar del dolor fue gratificante.
Hace cinco años viví una situación que me hizo recordar la angustia que sentí cuando murió mi abuela.
El mismo día que supe que estaba embarazada.
Ese día fue muy intenso.
Sobre las once de la mañana gran sorpresa, después de nueve meses intentándolo, por fin se cumplió el milagro, el test de embarazo daba positivo.
Por un dolor bastante fuerte en el abdomen fui a urgencias en el centro de salud y de allí al hospital. Sería muy largo contar lo que viví , puede que algún día me anime a escribirlo.
Me hacen una ecografía y me dicen que es un embarazo ectópico y que se me ha reventado una trompa, así sin más…
Yo no entendía nada, no sabía que quería decir. Le pregunté qué pasaba con mi bebé, que si estaba bien, que si lo de la trompa le podía perjudicar y que me explicase eso del tópico no sé qué.
Lo que me dijo me removió el alma y las entrañas, añadió más dolor y emociones negativas a lo que sentía.
– «No te preocupes eres joven, podrás tener más hijos, que a mi prima le pasó lo mismo, y con una trompa consiguió quedarse de nuevo.»
Otra vez aquella sensación de soledad, de rabia, de dolor, de frustración, de no validar mis sentimientos, de no ponerse en mi lugar, de intentar que se me pasara el disgusto lo antes posible, de que aquello en realidad no estaba pasando.
¿a quíen no le pasaba nada?, porque yo no hacía más que llorar y llorar, me dolía saber que mi ansiado bebé no iba a nacer,¿cómo me iba a pasar eso a mi?, ¿por qué?,¿por qué?
Me dolía el alma.
Fue el dolor más horrible que había tenido en la vida y a alguien se le ocurrió decirme que no pasaba nada.
Una pérdida siempre es dolorosa, sea de un abuelo, de un tío, de un familiar lejano, de un vecino, o de un bebé que aún no ha nacido.
Es necesario pasar un duelo para afrontarla y seguir adelante con la vida.
Pero, ¿ qué pasa cuando es una pérdida gestacional?
Socialmente intentamos ocultarla, y con la mejor de las intenciones, para consolar utilizamos frases del tipo :
– Eres joven ya tendrás hijos más adelante.
– Si no se paró es que venía mal, no te preocupes mejor así.
– Si ya tienes hijos, por lo menos ya tienes hijos.
– Hay que ver que no te cuaja, ya lo hará, no pasa nada…
Por suerte para nosotros mi historia tiene un final feliz.
El diagnóstico fue erroneo y mi embarazo siguió adelante.
Pero sé el dolor que sentí en ese momento, viví el sufrimiento de creer que mi bebé ya no nacería, y eso que fue el mismo día que supe de mi embarazo, en menos de doce horas estaba embarazada, después no, y finalmente si.
A pesar de todo esto soy incapaz de ponerme en el lugar de tantas mujeres que han tenido que sufrir una pérdida real, no me gustaría ni por un momento tener que vivir todo el proceso.
Procesos que en muchos casos los tratan con la misma frialdad o indiferencia que sentí yo. Que intervienen con la misma rapidez que dan la noticia, sin dar opciones a reflexionar, a saber como manejar la situación, a asimilar lo que está pasando.
A parte del legrado, que suele ser la única opción que dan en los casos de pérdidas gestacionales, está también la opción del Manejo Expectante. Si necesitas más información sobre qué es pincha aquí.
No sé cómo será pasar por el dolor que han sufrido tantas mujeres al vivir una pérdida y además no sentir el apoyo, el consuelo y la validez de sus sentimientos.
- Mujeres que han sentido a sus hijos dentro, y que cómo yo, los han querido desde que empezamos a buscarlos.
- Mujeres que han tenido guardar su dolor y continuar sus vidas como sino pasara nada.
- Mujeres que han tenido que posponer su duelo para tranquilidad del entorno.
- Mujeres que han tenido que oír comentarios bien intencionados que no ayudan sino que suman más dolor, impotencia e incomprensión.
- Mujeres que han tenido que ocultarlo por miedo o por vergüenza.
Por todas ellas quiero pedir:
Luz en sus emociones.
Luz en su dolor.
Luz en sus sentimientos.
Luz en sus tiempos de asimilación.
Luz en sus decisiones.
Luz en su aceptación
Sobre todo que tengan luz en sus duelos.
A ti abuela Pepa, siento no haber estado a tu lado, siento no haberte besado, siento no haberte abrazado, siento no despedirme de ti, te quiero mucho abuela.
por Juncal Horrillo | 6,May, 2015 | Duelo
Aún no estoy preparada para que me tiemblen las manos al ver aparecer la fina línea rosa.
Aún no estoy preparada para mirarme al espejo y reconocer la felicidad.
Aún no estoy preparada para que los párpados se me caigan al final de la tarde.
Aún no estoy preparada para recibir cumplidos y felicitaciones.
Aún no estoy preparada para esos silencios frente al ecógrafo.
Aún no estoy preparada para escuchar tu latido.
Aún no estoy preparada para no escuchar tu latido.
Aún no estoy preparada para ver asomar mi ombligo.
Aún no estoy preparada para que todas las manos busquen acariciar mi vientre.
Aún no estoy preparada para buscarte en mis entrañas después de la cena.
Aún no estoy preparada para llorar y reír en un mismo instante.
Aún no estoy preparada para el control de la semana 11.
Aún no estoy preparada para descubrirme cantándote.
Aún no estoy preparada para quererte y ponerte nombre.
Aún no estoy preparada para ver de mis pechos brotar leche…
…No me metas prisa porque aún no estoy preparada para gestar una nueva vida.
Las prisas nunca son buenas consejeras, y después de un acontecimiento tan intenso y perturbador como un aborto, mucho menos.
Así que, sólo te pido que le des tiempo, que no le insistas en que lo mejor es buscar un nuevo embarazo. No le pidas que mire hacia otro lado y pase por alto lo sucedido. Deja que camine a su ritmo un proceso de duelo necesario para sanar las heridas, sobre todo las del alma, que son las que cicatrizan más despacio.
El duelo después de un aborto es un proceso necesario, con tiempos propios que marca cada madre y que se deben respetar.
por Iria de Arkhé | 5,May, 2015 | Duelo
Hay personas que, siento decirlo, considero poco empáticas o algo cortas de miras. Personas que, cuando una mujer tiene un aborto involuntario, hacen comentarios como “pero si eres muy joven“ (eso, además, independientemente de la edad que tenga), o “venga, venga, mujer legrada mujer embarazada” o “la naturaleza es sabia”, etc.
A pesar de lo habituales que son estos comentarios que no aportan nada bueno, sé que sí hay gente con bastante comprensión del sufrimiento en una situación así.
A pesar de que es patente la torpeza y la dificultad generalizada para reconocer y aceptar las emociones negativas, propias y ajenas, creo que tampoco hay tanto cazurro que piense “bah, en seguida se le pasará”.
Pero en realidad, ¿qué más da?
No tiene mucho sentido entrar a valorar si sufrir un aborto es digno o no de tristeza y en qué medida; porque nuestra opinión no importa, es nuestra. Quizás deberíamos interesarnos sinceramente por cómo lo está viviendo esa mujer en concreto que tenemos delante.
Es posible que nuestras creencias nos digan que la vida humana no es tal hasta la semana 25 o hasta el momento del parto, pero quizás esa mujer ya se sentía vinculada a ese bebé desde el primer día y lo veía así: como a su bebé. O al contrario, quizás nosotros pensemos que el embrión es ya un ser humano pero esa mujer aún no se sentía madre.
Lo que importan no son los hechos, sino cómo los vivimos. Da igual, de hecho, que estuviera embarazada o no, cuando una mujer vive la llegada de la regla como un aborto.
Esto puede ser más difícil de entender, pero para las mujeres que desean ser madres y no lo consiguen, que ese hijo no llegue supone pasar un duelo como si hubiese estado embarazada y hubiese sufrido un aborto cada mes. Uno tras otro.
Es un duelo porque también es una pérdida. Una pérdida de la vida que querías tener, de la familia que querías formar, de la persona en la que te querías convertir.
“La sociedad tiene tradiciones y rituales para aceptar y asimilar la muerte.
Con la infertilidad es distinto. No hay un funeral, no hay resucitación,
no hay tumba donde poner flores. La familia y los amigos tal vez nunca se enteran.
La pareja infértil llora sola”. Barbara Eck Menning.
Como cualquier duelo, es un duro camino lleno de contrastes.
Primero viene el shock.
Ese momento, muy preciso, en el que eres consciente de que no serás la madre que habías soñado y ves en tu cabeza cómo se derrumba el futuro. Eres incapaz de pensar y al mismo tiempo tu mente no para. Luego pasas por el “no es posible”, por el enfado, por la rabia, por las malas contestaciones a los demás, los instintos asesinos cuando alguien te pregunta :“y tú, ¿cuándo te animas?”, por los pactos con una misma :“seguro que si dejo de fumar, si como mejor, si trabajo menos…”, el llorar y llorar y llorar de pena…. Y, al final, te conformas con poder hablar de ello sin llorar.
Pero no es el final.
Pocas veces en la vida las cosas ocurren de la manera perfecta, cumpliendo nuestras expectativas y sueños… Pero si una mujer quiere ser madre, lo será, encontrará la manera.
Porque el deseo de ser madre no es más que una cantidad de amor tal que se te desborda del pecho sin encontrar a quién dárselo.
Y tanto amor, y de esa clase, debe acabar sosteniendo a un bebé, o quizás otro proyecto vital igual de hermoso…